Desde mi ventana
Carmen Heras

Siempre hubo mujeres inteligentes. Y decididas. Y generosas con el interés general, más que con ellas mismas. De su grado de contención y de sus recursos surgieron unos quehaceres u otros. Y cada una de las que se “pararon a pensar” eligió su camino, aunque no siempre pudiera recorrerlo entero. A unas, la vida las colocó en determinadas situaciones y en la disyuntiva de tener que decidir sobre asuntos en los que su propia ortodoxia había dicho que nunca entraría. Otras, hicieron de la prudencia un esquema de actuación, y aun así ello no les sirvió de mucho a la vista de cómo se escaparon sus sueños. Y por último, aún ha habido un tercer grupo, el de quienes gritaron sin esconderse, oponiéndose a lo que había, sin titubear. Todas, de una forma u otra, iniciaron una nueva apertura, profesional y humana, que ha influido en las generaciones que llegaron después, aunque ahora las más jóvenes las tachen de conservadoras e incluso de fascistas. Todas, unas más precavidas que otras, de algún modo, siempre hicieron bandera de la libertad.

Sintetizándolo mucho, yo creo que hay tres grandes grupos de mujeres: el de las previsibles, el de las prudentes y el de las radicales (aunque las tres características se mezclen, siempre predomina una de ellas). Estando como estoy a favor de su papel en el espacio público, lo cierto es que muchas veces me he preguntado para qué lo hacen, más allá de volver cierto (y no es poco) el claro concepto de justicia y equidad entre los seres humanos (hombres y mujeres al alimón, compartiendo espacio público y privado sin distinciones ni rechazos).

Pero si lo contemplo de manera genérica, y como avance, no puedo por menos de preguntarme en qué se nota la presencia de las mujeres en determinados lugares. ¿En qué los han mejorado? ¿Son más vivibles? ¿Hay mayor eficiencia en el trabajo, mayor idea del progreso, mejores avances sociales, mayor redistribución de la riqueza, del poder, etc.? ¿Qué hacen ellas que no hicieran antes los hombres? En normalizar lo evidente reside la virtud, lo sé, pero si en las arengas feministas del siglo XX se nos dijo que cuando las mujeres intervinieran en los espacios públicos todo iría a mejor en actitud y otras premisas, ¿por qué no se ha hecho? O sí, y yo no me he enterado?

Es complicado. Y resulta que si (por lo general) repetimos y actuamos bajo los mismos patrones con los que nos educan, solo aquellas personas muy voluntariosas, o concienciadas en extremo, se atreven a cambiar criterios, fórmulas, ejercicios… para convertirse de la noche a la mañana en las gentes que dijeron desear ser, por estrategia o convicción. El resto quizá necesite de mayor experiencia de vida. Y de coraje. De tan “iguales en proyectos” que “somos” puede que actuemos igual.

Creo que cada mujer (y por ende, los movimientos de mujeres) debieran analizar en foros adecuados y de manera objetiva su papel en lo público, para valorar si el cometido está teniendo un fin y un objeto. Si todo ha mejorado y por qué y en caso contrario, por qué no. Eso congregaría y daría fuerza, como grupo, a tantas y tantas que convierten la reivindicación de las mujeres en su razón de ser más profundo. Si se hiciera, el movimiento asociativo cogería nuevo impulso, se arrancarían las ‘malas hierbas’ (que de todo hay en la viña del Señor) y se obviarían las trivialidades que tantas veces han arruinado el discurso feminista. ¡Ah! Y desde luego, se puede dejar todo como está.

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