Desde mi ventana
Carmen Heras

El funcionario, al que se le afea que llegado al trabajo no se quede diez minutos conversando con el resto de compañeros en vez de sentarse en su puesto para iniciar la jornada laboral, aprende pronto que debe adaptarse a la forma de hacer de la mayoría si no quiere ser tildado de “pitagorín” o “gafitas” y tipificado como “insolidario”.

Una de las frases de Margaret Atwood (escritora famosa por “El cuento de la criada”) habla de las consecuencias de las rupturas (“Basta con la supresión de una sola generación. Una generación de lo que sea: escarabajos, árboles, microbios, científicos, francófonos, yo qué sé. Si se rompe el vínculo en el tiempo entre una generación y la siguiente, el juego concluye para siempre.”).

Lo he visto dentro de los partidos políticos y sus regates a corto plazo. En ellos, con ligereza impresionante, hubo una vez (y de ahí vinieron las siguientes) en la que se tomó la decisión de enterrar la experiencia a favor de la juventud, por creer que ello serviría para ampliar el voto en algunos sectores. Como en tantos otros asuntos se hizo a la brava e indiscriminadamente.

Para ayudar a los más jóvenes (dijeron), desbancando a las personas experimentadas que taponaban su acceso a lugares en el campo productivo. No es un caso único. También se hizo en la vida académica, en sus sistemas generalizados con requisitos menores para posibles becarios, en sus subidas indiscriminadas de nota en los expedientes; y en ese “poder pasar” de unos niveles a otros con una menor exigencia.

Todo el mundo de lo público decidió otorgar oportunidades al por mayor (no siempre aprovechadas por quienes las recibieron) olvidando el sentido del mérito, intervenir rebajando la dificultad en los procesos, primando un igualitarismo deformado donde el mejor -objetivamente hablando- no tenga mayores estímulos de acción que el mediocre; donde el eficiente sea tratado como el ineficaz, cuando no peor.

Pero en el caso de los partidos políticos sería bueno reconocer que han de servir para algo más que para presentarse a unas elecciones. Pues se les atribuye un servicio a la sociedad, en el gobierno y en la oposición. Son muchos los momentos en donde pudieran desempeñar un papel descollante, ya sea como líderes o cómplices participativos, como referentes, mentores y ejemplos de coherencia. Y hasta como voceros que denuncien lo que de mal hecho existe en nuestros entornos, con una conciencia justa, pero crítica hacia ellos.

Romper los hilos conductores que ligan una generación con la siguiente no ha sido un buen tributo. Los que llegaron desconocen las pautas que siempre funcionaron o las miran peyorativamente. “Matar al padre” es tarea común, práctica que permite desoír los consejos de los “viejos”, enterrar proyectos anteriores, no reconocer. En fin, no debemos generalizar, es evidente, pero en demasiados casos, esto es lo que hay.

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