1371203456piano_

Reflexiones de un tenor /
ALONSO TORRES

“No somos conscientes…”, dijo mientras re-examinaba el (intranquilizador) cuadro de Dino Valls que colgaba como único y gran protagonista de la pared (blanco impoluto). Había querido adquirir <<Opus 186>>, pero este no tenía entonces, ni ahora, un precio razonable (con el cuadro de Barber, <<Caballo IV>>, hizo una locura; con el de Samsorov, “Muchacha de pie, desnuda y con sombrero”, otro tanto de lo mismo), pero gracias a la intervención y mediación del Museo Europeo de Arte Moderno le facilitaron, conspiradoramente, para que cayera en la trampa, cosa que aceptó gustoso, la obra titulada <<Canon>>, del mismo pintor, y no se lo pensó dos veces (la modelo no era la misma, ni tampoco la postura de la figura representada, pero se le parecía, o por lo menos, se forzaba a él mismo a creérselo). Sentado en el borde de la cama, medita. “No somos conscientes de lo que vivimos, a no ser que uno tenga una grandísima capacidad de abstracción, de sabiduría, o de práctica, hasta que pasa, y entonces, con suerte, o sin ella, lo recordamos, o nos lo recuerdan”, y no sabe si sonreír, o dejarlo estar.

Cuando se levanta, la inmensa mayoría de las veces pone, en el tocadiscos, música clásica (discos de la familia, descubrimientos y hallazgos en los mercados de pulgas y ediciones especiales editadas por las casas discográficas), hasta que entra en la cocina, en donde no sabe por qué extraña razón no le gusta escucharla, y entonces, mientras se hace las tostadas, se pela los ajos y prepara el tomate y el aceite, en la radio, busca noticias no deportivas. Al acomodarse en la terraza, o en el salón (según la climatología), vuelve a lo clásico; pero hoy, hoy no escucha nada. “Tuve suficiente con lo de ayer”, y lo de ayer fue el extraordinario concierto que Guillermo Alonso Iriarte brindó al público. En la primera parte, la partita nº 1 de Bach (que aglutinó y fijó en sí mismo toda la música antigua, para que nadie la jodiera, y salió de él toda la música futura, más o menos); y un intermedio de Brahms, un divertimento inmenso, maravilloso. En la segunda parte, para entrar en materia, del mismo Guillermo, Paisajes Eternos Cuando Gravitan (¿en qué pensaba cuando los compuso, en Rothko?); después continuó con Mozart, je, je, “¿qué pasaría si Mozart solo buscase la belleza?”, ese fue el título de un sesudo trabajo sobre el de Salzburgo aparecido en la revista “Cultura/s” (cierto, ¿qué pasaría? Y escuchándolo recordó el libro de Morike, “Mozart de camino a Praga”); y para terminar, dos piezas “pequeñas” de Pablo Cervantes: Málaga y Tiovivo. ¡¡¡Guau!!! Vio a chavales pequeños desfilando como si fueran soldados, con sus gorros de granaderos, sus charreteras y sus botas altas de charol, marcando el paso… unas lagrimitas sí que se le escaparon.

Al concierto no asistieron demasiados “mandarines” (la dinastía Han, en el año 200 antes de Cristo, en China, instauró, hasta la caída del Imperio Celeste, en 1911, unos exámenes para ir progresando hasta el mandarinato, la máxima graduación), digo, que no acudieron los dirigentes curturaleg de la región, de la provincia o de la ciudad, mejor. Sí que estaba la sala llena, abarrotada, de profesores (en todas sus acepciones), alumnos (de todos los niveles) y gente sabedora de lo especial, muy especial, que iba a ser la noche. Al llevarse el pan a la boca y metérsele todo el ajo del mundo en el cerebro, saboreó el momento pasado, y el por venir.

Artículo anteriorEn clave de mujer
Artículo siguienteLos ciudadanos que no son ni rojos ni azules, ¿de qué color son?

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí