Desde mi ventana
Carmen Heras

Nos hace falta pensar. Alguien debe de liderar esa opción. No podemos seguir en círculos concéntricos, cada uno con sus cosas, dejando que otros se ocupen o desocupen de nosotros. Perdida la esperanza en quienes ahora están en plena vida productiva, se vuelve urgente dar una seria formación -que no tiene nada que ver con alguna enseñanza reglada- a los que con quince, dieciséis, dieciochesco años…llegan. Para que tomen el relevo con inteligencia y pundonor. Cuando toque.

¿Es posible blanquear unos hechos con otros? ¿Volver respetables unas acciones planificando, a través de una institución, otras? ¿Conseguir aceptación pública indiferenciada, incluso entusiasta, gracias al prestigio de personas usadas de comodín? ¿Qué desconocen que lo están siendo, e incluso se dejan?. Sí, se puede, y de hecho se hace, y a nadie escandaliza. A lo mejor, ni se enteran.

Cada vez más parece que existieran en España dos realidades (a lo sumo tres, si hablamos de Cataluña) y otras tantas problemáticas. Madrid (y Cataluña) por un lado, el resto, por otro. “Nosotros, cuando vamos a provincias…” -decía una pariente afincada en la capital- hace años. Y luego resulta que la vida en la corte es residir en los alrededores, en pisos minúsculos en moles inmensas de edificios construidos en medio del campo con vistas a una gran autovía tremendamente transitada.

Pero en la información pública, que es un trasunto de la realidad, si que hay dos situaciones: la de los hechos “transcendentes” y la de los hechos “cotidianos”. A fuer de informar tanto sobre los primeros -no en vano los medios de comunicación tienen su lugar de referencia en las grandes urbes- los segundos se han vuelto chiquitos, desenfocados y pobres, solo para consumo de provincianos, que a su vez también seleccionan y filtran. “Transcendente” es, si me apuran, hasta el cumpleaños de un “famoso/a” al que las ondas han dado magnitud y la audiencia, glamour y fama. Esa fama casposa de las fiestas de sociedad de siempre. Transcendencia organizada por quien pone su etiqueta publicitaria por todas las esquinas del salón, mientras que el homenajeado y sus parientes bailan y se muestran para gusto de todos cuantos son meros observadores de la rueda de la vida de otros y así olvidan un poco la suya. Y todo está bien “si la bolsa sona”. Faltaría más.

Ahora mismo, nada se puede hacer al respecto. Las ausencias de la memoria son innumerables. Hemos dejado por el camino eso que se llama la memoria colectiva. Lo que, unido al relativismo moral que nos abraza, hace que los sujetos construyan su propia percepción de los hechos de acuerdo con el grupo en el que están o cuyas necesidades y aspiraciones comparten. Los saltos de generación indeterminados, o de dos en dos, es lo que tienen. En la aldea global sucede que los hijos de los hijos de los que estuvieron ocupan el lugar de éstos sin estadios intermedios que permitan no romper el cordón umbilical común. Parece que estemos desandando un camino largamente transitado por nuestros predecesores, sin que a nadie le importe en exceso. Construimos héroes chiquitos y enmascaramos villanos al son de músicas recién construidas desde polarizaciones absurdas que rompen relatos de convivencia que tan bien construyeron nuestros mayores.

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1 COMENTARIO

  1. Sigo su columna seleccionada, precisamente por ese detalle de tratar de leer a la gente que piensa. Suscribo su comentario de hoy como una necesidad perentoria.
    Pudiéramos decir que es también mi ilusión y tenaz posicionamiento.
    Pero adolecemos del carácter desperdigado, cada cual tirando de una cuerda.
    Saludos cordiales.

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