Desde mi ventana
Carmen Heras

Discutíamos mucho los físicos y los matemáticos por aquella época. Era una ridiculez hacerlo pues recibíamos juntos, impartidas por los mismos profesores, las obligadas disciplinas matemáticas. Pero el matemático de cabeza y corazón necesita demostrar que solo se está en lo cierto si el rigor es máximo. Algunas veces he pensado que son gente de otra galaxia, metidos en su mundo científico, algunos con aficiones muy curiosas, inteligentes, pero extravagantes.

Pero a lo que iba, discutíamos porque los estudiantes de las ciencias exactas tenían claro que los que cursábamos ciencias físicas éramos un tanto descuidados con la definición de los conceptos. Nos interpelaban: “A ver, decirnos lo que es un incremento infinitesimal” y nosotros (los pies en la tierra, menos abstractos que ellos) contestábamos con desenvoltura: “pues un pequeño muy pequeño trocito de algo”. Y su protesta no se hacía esperar: “¿lo veis, lo veis como no tenéis precisión?” Y nos soltaban un rollo macabeo admonitorio de nuestra falta de destreza sobre la definición exacta del dichoso incremento (infinitesimal es algo infinitamente pequeño) solo apto para escrupulosos y pedantes.

“¡Cuánta tontería!” seguro que piensan ustedes, queridos lectores. Propia de niñatos aburridos y que no tienen otra cosa que hacer. Pues vale, pero los aprendices de científicos no faltábamos a la verdad de la ciencia y en eso nos entreteníamos sin hacer daño a nadie, en vez de despedazarnos metafóricamente como hacen ahora los aprendices de políticos. Así que si, puede que de esa deformación profesional me haya quedado una manera precisa de entender la vida, los asuntos y a los humanos. Lo cual casi nunca tiene mucho de divertido, porque el respeto íntimo a la norma, al significado verdadero del concepto, carece de demasiados valedores y en la vida diaria sucede que quien los relaja o incumple juguetonamente (en provecho propio) pasa por ser más guay que lo contrario, de tanta despreocupación hacia el otro como se lleva.

A una no le ha quedado más remedio que hacerse, o simular que se ha hecho. ¿Que un amigo llega quince minutos tarde? ¿Y que importancia tiene (te dicen), si no vamos a “apagar ningún fuego”?. ¿Que alguien queda contigo para el día siguiente pues se debe hacer tal o cual cosa y (como poco) terminar una conversación inacabada y luego ni siquiera te llama para disculpar que no viene?. Pues ajo y agua, queridos, porque, al fin y al cabo ninguna cita debe ser tan importante como para no poder ser cancelada (unilateralmente, claro) en defensa de la ‘libertad’ de cada uno. Y ya ni hablemos de las promesas políticas. Parte del público que pulula por la vida ha decidido que ser flexible y adaptable es eso, tener una falta absoluta de formalidad en el compromiso, sea éste chico o grande; un no responsabilizarse de lo qué se dice y su aplicación en el tiempo. Y es sabido que, en nuestros días, cualquier cosa menos aparecer como inflexibles, hasta ahí podíamos llegar. No sea que nos llamen fascistas.

Evidentemente no todo el mundo se desenvuelve así, pero observo una cierta deriva bastante generalizada hacia comportamientos como los del párrafo anterior, tal vez un poco exagerados en mi relato para que se me entienda. Ya ni siquiera se procura disimular el egoísmo del yo que acaba influyendo en cualquier toma de contacto. Lo individual sobre lo colectivo. Bastante zafio todo.

Artículo anteriorCáceres ya prepara la Procesión Magna de este año
Artículo siguienteLa extremeña Loida Zabala establece un nuevo récord de España de halterofilia paralímpica

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí