Desde mi ventana
Carmen Heras

Bueno, la hipótesis de partida es que no creo que las cosas sucedan por casualidad. Siempre hay un antes y un después. Por eso, cuando repaso las circunstancias de determinadas situaciones, en relación con la plena igualdad de oportunidades para hombres y mujeres, vienen a mi memoria recuerdos del pasado y una curiosa conversación en el presente.Y me parece atisbar el modo en que, es muy posible, que algunas personas de mi generación captaran, construyeran y asimilaran el concepto de la igualdad entre géneros, desde la vertiente más directamente relacionada con lo sexual que representan las mujeres. En aquellas facetas que a ese carácter le otorgan los roles sociales clásicos, desde una educación y una psicología particularmente apoyadas en lo que comúnmente se ha entendido como femenino.

Retrocedamos a una época pasada: años sesenta o setenta del siglo XX. Los jóvenes de entonces procedíamos -todos o casi todos- de familias con papeles muy estereotipados para el hombre y para la mujer. Y como de sobra es sabido que cualquier cambio cultural no se produce de golpe sino que va afianzándose poco a poco, es fácil suponer que así ocurrió con el convencimiento generacional del sentido igualitario entre sexos. La defensa por parte de ellas del derecho a la sexualidad propia, debió ser bien recibida por ellos, tanto si lo razonaron, como si simplemente vieron en ello una manera cómoda de perder cualquier sentimiento de responsabilidad perniciosa al respecto. El reconocer que los seres humanos somos iguales en derechos lo justificaba. Aunque fuese con una visión de la igualdad, muy primaria, puesta al servicio del concepto de masculinidad de siempre, y no tan clara para las mujeres, en cuanto que el papel desempeñado por ellas ha seguido siendo de “floreros”, “amantes” y “camareras cuidadoras”, en demasiados casos. Pero esa es otra historia.

Me veo, en uno de mis primeros congresos políticos, deambulando por los inmensos pasillos de un edificio, a las tantas de la madrugada, (tienen los partidos de izquierda un cierto gusto por las horas intempestivas, fruto del subconsciente creado en los años de clandestinidad, que añade lenguaje de gesta a cualquier negociación que se precie) porque un grupo de mujeres, de las históricas, se han negado a aceptar los nombres y el número de ellas que los negociadores están dispuestos a incluir en los órganos de decisión interna del partido. Llevan reunidas ya un buen rato con la jefatura en el sancta sanctorum de los acuerdos, pero no parece haber “fumata blanca”. Esperamos y esperamos, muertos de sueño, pues la negociación entera se retrasa y nadie sabe si, al cabo, va a fraguar. Amigos, no he olvidado los nombres de aquellas mujeres que lo consiguieron: abrieron el portillo a otras para siempre.

Carecemos hoy de idéntico talante combativo. Bajo el mantra de que ya se logró la igualdad y las mujeres presiden listas e instituciones, se ha abandonado el activismo militante. A pesar de que, en un noventa y tantos por ciento de los casos, si están en un cargo, es por designación de un varón al que deben dar cuenta. El confort ha traído la pereza consigo. La trampa está servida.

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