El iceberg – Microrrelatos
Víctor M. Jiménez

Pensó que dar el portazo era el mejor punto y final a aquellos años que lastraron sus sueños y lo habían arrastrado al fondo de un pozo cenagoso. Decidió huir lejos y cerrar el paréntesis de su vida que llevaba demasiado tiempo abierto, a su pesar. Esta vez no volvería a caer en la trampa, se decía a sí mismo mientras el fragor de la tormenta le coronaba las sienes.

Caminó muy deprisa por las calles que había transitado tantas veces hasta que alcanzó, en menos de media hora, un lugar de los arrabales sobre un promontorio desde el que se divisaba buena parte de la ciudad, como una pequeña maqueta. Respiró hondo y algo comenzó a calmarse en su interior: el corazón recuperó su ritmo y las tupidas nubes se disipaban atravesadas por una luz diferente.

No pudo evitar ver en el horizonte despejado el brillo de unos ojos de los que se enamoró hacía casi treinta años. Conocía esa sensación que rara vez se filtraba en sus venas. En ese momento supo lo que debía hacer.

—Ya estoy de vuelta —dijo al abrir la puerta de su casa dos horas después de la partida —. Espero que me perdones…

No pudo a continuar su discurso tantas veces ensayado. Sobre la mesa de la cocina había una nota con una despedida breve y contundente.

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