Desde mi ventana
Carmen Heras

La sociedad va por delante. Por eso las situaciones encuentran casi siempre desprevenidos a los dirigentes; estén donde estén, muy pocos “intuyen” y se adelantan en el concepto o en la necesidad. Entonces, cuando surge la voz en alto de los ciudadanos, comienzan a cavilar en cómo conseguir los recursos que hagan frente y atajen determinados asuntos preocupantes. Nada refleja tanto la consabida opinión de que un dirigente político puede ser un miembro cualesquiera (de cualquier grupo) que la imprevisión que, por lo general, los considerados líderes públicos muestran ante cualquier problema que se precie.

Sucede así que cuando son “pillados” en la más absoluta improvisación se sienten impelidos a organizar un relato, que (por la premura) suele tener demasiados puntos débiles. Uno de ellos es ese que afirma que con los emigrantes se resuelven muchas tareas que de otro modo se quedarían sin hacer, lo cual (permítanme que les diga) suena bastante falso. Porque para que ciertos trabajos no se quedasen sin pretendientes, con gente de aquí y ahora, bastaría con una reestructuración de las condiciones de trabajo de los mismos, de sus salarios y de la propia organización de los períodos en paro.

Voy a escribir una perogrullada: Sin duda el trabajar debe tener sus propios estímulos que van más allá de la contraprestación económica. Aunque ésta sea algo importante (insoslayable), qué duda cabe que han de existir otras motivaciones y la ausencia de todo (o de mucho de) aquello que desanime al posible ejecutor. Si las prestaciones por paro son bastante equiparables a las prestaciones por trabajo, y es relativamente fácil tener las primeras, será difícil encontrar a muchas personas decididas a trabajar con denuedo. Y vuelvo a decir otra obviedad: un pueblo que no trabaja se vuelve vago. Y los vagos pues…vagos son, de cara a la eficacia del colectivo.

Otro relato no certero es el que equipara en motivación a partidos generales y partidos nacionalistas, regionalistas, provinciales, locales (o como gusten). Nunca los segundos podrán tener discurso distinto del que tienen, apoyado en “inclemencias” pasadas o presentes, “victimismo” y la “insolidaridad” de los demás hacia ellos. Si el relato decayese, perderían el sentido de su existencia. Por tanto, y porque existen (y son referencia para muchos), hay que ser conscientes de que el “fuego” que los mantiene nunca van a dejarlo “apagar”. Algo parecido a lo que sucede en asociaciones y grupos creados para defender un determinado fin, pues aunque éste estuviera suficientemente logrado, quienes han encontrado su propio modo de “estar” en la pertenencia a ese espacio de reivindicación, no van a abandonarlo así como así; hacerlo significaría tener que reconstruirse y empezar de nuevo…

Entiéndaseme bien lo que digo. No es que nuestros tiempos no necesiten (nunca) de todo lo anterior y yo abogue porque sea eliminado, pero a esta sociedad le vendría bien una cierta mesura en el decir y en el hacer en determinados asuntos, sobre todo cuando exista un dispendio, más producto de imágenes pacatas (o cínicas) que de una verdadera necesidad. “Engordamos” el tono lacrimógeno porque es más cómodo para mantener las aguas quietas y que no existan desórdenes sociales de envergadura, mientras carecemos de iniciativas para resolver las situaciones realmente importantes en materia de derechos humanos y de convivencia. Disminuir las listas de paro porque en verdad hubiera más gente cumpliendo sus expectativas, construir un parque de viviendas tan necesarias a los más jóvenes, aproximar las enseñanzas universitarias a la realidad del país para que la universidad fuera una verdadera escuela de líderes…eso sí que sería una verdadera gesta nacional.

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