Las crónicas de Cora
Cora Ibáñez

Se han esfumado las historias junto a sus palabras. Estoy condenada a la apatía.

Me parapeto detrás de unos barrotes que minan el deseo de crear, se diluye el tiempo y se escapa día a día y no realizo nada productivo. Tendré que levantarme, en algún momento, de mi sillón y, al menos, poner música, o sacar punta a los lápices de colores, o enfrentarme a un folio blanco y la tinta de un bolígrafo. Pero las fuerzas se escapan en el acto cuando, desde mi cabeza, lanzo un mensaje al resto de mi voluntad.

He perdido la libertad y no soy la misma.

Me asomo a las ventanas virtuales para intentar encontrar la cura a mis llagas y solo consigo palabrerías y mentiras. Más desesperanza que alimentar en mi ánimo.

Por eso, ahora, intento reunir las piezas desencajadas de mi rompecabezas y sobreponerme al virus de la inquietud y de este frío seco que desencanta mi ánimo. Arranco el movimiento de la apatía y traslado de un sito a otro las ganas de avanzar. Busco desesperada la remisión de mis musas cargadas de energía, y voy aspirándolas lentamente al compás de la cadencia de un reloj.

Me voy llenando de agua mágica para limpiar el aura zahína que depuran los poros de mi mente, construyendo una muralla de fuerza que retenga el brillo de la vida.

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