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Con ánimo de discrepar /
VÍCTOR CASCO

El siglo XVI conoció una de las mayores controversias científico-religiosa de la humanidad, que solo se vería superada en el XIX con la publicación de la Teoría de la Selección y el Origen de las Especies de Charles Darwin. En 1543, en su lecho de muerte, en 1543, Nicolás Copérnico recibía su libro impreso «De revolutionibus orbium coelestium» largamente ocultado. Del movimiento de los orbes celestes. El heliocentrismo comenzaba a caminar.

Copérnico y, sobre todo, Galileo Galilei y Tycho Brahe, con sus datos, observaciones y ecuaciones, vendrían a demostrar que la Tierra y el resto de los planetas giran alrededor del Sol y que nuestro planeta no es el centro del Universo. Lo sentimos, pero la realidad y las matemáticas son tozudas: no todos giran a nuestro alrededor, sólo la Luna.

Galileo sería condenado por la Iglesia – eppur si mouve, cuenta la leyenda que dijo tras firmar la abjuración que le libró de la muerte aunque no de la prisión en su residencia hasta su muerte – y el Vaticano persistiría en su geocentrismo hasta el siglo XIX, incluso después del gigante Newton. La Iglesia, ya se sabe, cambia muy lentamente.

Digámoslo claramente: el analfabetismo científico español es alarmante

El catolicismo oficial aceptó el heliocentrismo pero en el siglo XXI vemos que una considerable parte de la población española no: un 25% de los españoles piensa que es el Sol el que gira alrededor de la Tierra y no al revés y un 30% de los españoles creen que los humanos convivieron con los dinosaurios, aunque éstos pisaron nuestro planeta 60 millones de años antes que el primer homínido africano.

Son los dos datos más reveladores de la Encuesta de Percepción Social de la Ciencia, presentada hace unos días por la secretaria de Estado de I+D+i, Carmen Vela.

Digámoslo claramente: el analfabetismo científico español es alarmante. Y digámoslo también con claridad, algo de culpa tendrán nuestros planes de estudios más interesados en promover la catequesis en manos de profesores que nombra directamente el obispo de turno que la filosofía, las matemáticas o la física (el pensamiento mágico frente a la razón) que imparten docentes que acceden por oposición pública. También que somos el país que menos dinero aporta a la investigación científica, con miles de investigadores emigrando a las principales universidades y centros de investigación europeos y norteamericanos porque por estas tierras el sol debe girar alrededor de nuestro ministro de educación cegándole.

Así vamos. O por mejor decir, así vamos retrocediendo.

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