Historias de Plutón
José A. Secas

Te pongo en situación: Primer fin de semana de la primera fase post COVID-19. Mediados de mayo. Diez personas (todo familia) en casa de mi hermana. Ni que decir tiene que cumpliendo escrupulosamente con todas las medidas de seguridad. Imagínate a tu cuñao que va y se te pone a relatar; de pronto, en un apartado, un bis a bis. El primer día del encuentro en la primera fase. Un encuentro como de cumpleaños pedorro con mascarillas y confusión de novato en situación desconocida. El colmo de la oportunidad. Justo en ese momento que te pilla desprevenido, y como sin venir a cuento, te suelta: “Íbamos una vez de pequeños – tu hermano no venía porque estaba castigao-: León, Mortimer, Martán, Tadeo, el Seco y yo por un pasillo estrecho, oscuro, húmedo y asqueroso, camino de una salida limpia, digna, rápida, sana o sabia de aquella situación sin calificativo preciso, cuando de repente, se apagó la luz. -Pausa-. Además, la cosa, se estaba poniendo peligrosa”. Se calla y me guiña un ojo. Yo -ojiplático- pienso que está grabando un numerito para algo de video chorra de internet, que tan de moda se ha puesto, porque aquello que han oido mis orejas, no puede salir, del tirón, de la boca del japiberdey de mi cuñao. Sin dejarme respirar, retoma el relato: “Al salir de clase, quedamos para ir a jugar un partido de baloncesto en las pistas deportivas del barrio del Antoñino y esa gente. Les metimos un baño que te cagas. Lo dieron todo, eso si. Pero no les sentó muy bien perder. Los mayores lo vieron y se pusieron chulitos, así que nos fuimos echando leches”. Esto lo dijo con voz, pausas medidas, impostura, expresión; como un actor siguiendo “el método”. Estaba tan bien interpretado que -casi- te lo creías. Con respecto al contenido, pensé, había perdido la fuerza que tienen los principios sorprendentes para terminar siendo una auténtica bobada de cuñao. Luego, un silencio un poco largo rompió el encanto (por así decirlo) del momento. Le hago la típica señal de la ceja para arriba y nada. Es inútil. Tengo que intervenir. “Anda, cuéntame lo que os pasó en ese pasillo, que estás deseando”. Entonces, tu cuñao, te clava los ojos y te mira como nunca te ha mirado. Mucho rato; y empieza a llorar, en silencio, mansamente. Deja caer por sus mejillas unos lagrimones como bolindres Su larga mirada te resulta como si te asomaras a un espejo. Antes de que se me fuera la pinza volvió a hablar: “Eso del confinamiento me ha afectado, tío. No estoy bien”. Cuando me empiezo a poner blandito, va el cabrón, saca un matasuegras y me da con la plumita en la punta de la nariz mientras el pitido asqueroso me revienta los tímpanos. “Es una bromaaa, cuñao. Ja, ja, ja”. Me suelta. Se me pasan todas estas semanas por la cabeza en las que pensaba que hasta tenía su punto lo de estar una temporada en casa, en plan tranquilo, y no ver tanto a alguna gente. Sigo echando la mirada atrás. Allí se quedó. Todo tiene su momento, su ritmo, sus circunstancias. Es cuestión de adaptarse. La vida sigue y consiste solamente en ir acumulando presentes. Señoras y señores, sean bien venidos a la nueva realidad. Vamos, lo de siempre.

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