Desde mi ventana
Carmen Heras

Cuando la LOGSE, que fue una ley innovadora y muy aplaudida, empezó a debilitarse en sus objetivos, muchos nos quedamos perplejos al advertir que sus principales defensores no hacían nada por salvarla.

La ley había tenido como autores, grandes nombres de referencia. Hasta ese momento en el terreno de la educación, al menos en el mundo en el que yo vivía, se partía de dos máximas clave: una, que el que sabe, también sabe enseñar y dos, que el esfuerzo del alumno es algo que sirve, únicamente por sí mismo, para conseguir algo y que el que lo usa, con solo usarlo, logra todo aquello que pretende.

La LOGSE comenzó a hacer tambalear estos dos extremos. Dió paso, en abundancia, a teorías pedagógicas y psicológicas, que rápidamente alcanzaron estatus propio y que volvieron famosos a sus autores. Punto y aparte sería la introducción de ellas en todas las carreras universitarias, demasiado imbuidas de academicismos antiguos que no aceptaban bien todo eso de que el alumno es el centro y de que el aprendizaje se alcanza solo cuando la mente está preparada y no antes.

Sorprendentemente, los grandes gurús de la ley guardaron un escrupuloso silencio ante las invectivas de aquellos grupos políticos que, con mayor o menor fortuna, querían derogarla. Y nunca sabremos si fue por creerla ya obsoleta o simplemente porque se desentendieron. Los presupuestos generales del estado, destinados a su mantenimiento en educación, se recortaron y eso fue la puntilla que acabó con ella. A partir de ahí, han existido otras modalidades, siempre contaminadas por un fuerte debate de las fuerzas políticas y bastante menos de las académicas.

Otro día hablaremos del camino que han seguido las diferentes leyes educativas, pero hoy, aquí, lo que me interesa recalcar es el abandono que testimonialmente sufrieron los seguidores de la LOGSE desde el sector integrado por quienes, en su gestación, la redactaron y defendieron en múltiples tribunas y espacios. Porque nunca sabremos si dicho abandono fue por un grave desinterés súbito al pensarla fracasada en su aplicación o más bien, todo ello se debió a una retirada cautelosa de la escena pública, para poder seguir manteniendo sus propios dominios cuando la opinión política mayoritaria empezaba a ir por otros lugares.

Todas aquellas teorías de la ley, han dejado de marcar a los nuevos educadores. Tampoco hay presupuestos parecidos en educación, ni el mismo compromiso. Por mi parte, yo aprendí entonces que quienes son unos auténticos seguidores del reconocimiento para sí mismos, solo siguen a quienes en cada etapa, símbolizan y tienen el poder. Aunque todo ello signifique abjurar de su propias teorías.

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