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Desde mi ventama /
Carmen Heras

Como Mariano era adicto a la literatura de terror, todos leímos por aquella época los libros más afamados del género. Mariano era estudiante de Matemáticas y oriundo de Palencia, un barrio de Valladolid a decir de las malas víboras. Era un tipo simpático al que el responsable del Colegio Mayor en el que vivía nombrara un día cualquiera encargado de su Biblioteca, dándole una cantidad determinada para libros. Hoy esto pudiera parecer una anécdota, pero cuando ocurrió, deseosos como estábamos todos de enterarnos de las cosas del mundo, la iniciativa nos pareció sorprendente y digna de ser aprovechada.

Leíamos los libros, pues, comiéndonos las uñas por el miedo (de noche, rodeados de las sombras que propiciaba el flexo) pero orgullosos al tiempo de nuestra propia fuerza mental ante la trama llena de terrores psicológicos o reales. Los héroes eran siempre seres atormentados, pero héroes al fin, así que nosotros nacidos todos en la época de Franco nos sentíamos exultantes al comprenderlos y asumirlos como nuestros.

Un día a la semana era obligado acercarse a la estación de ferrocarril en busca de un paquete contenedor de un rollo de película, al más viejo estilo. Llegada directamente del préstamo de la Filmoteca Nacional para ser visionada en una cámara antigua de cine, propiedad también del Colegio, talmente como eran entonces, como las que se ven en Cinéma Paradiso, la película de Giuseppe Tornatore. Leíamos Cahiers du Cinéma, editada desde 1951, y otras revistas de género, y nos enredábamos en discusiones y debates sobre los fondos y las formas de los filmes, humildes aficionados de pro de los grandes maestros que siempre tuvo el cine.

Nadie de las generaciones actuales podrá entender lo que sentíamos ante semejantes dispendios culturales. Entre los errores de aquella generación está el no haber sabido transmitir claramente a los que han nacido después las carencias de una época y lo importante de todo lo conseguido desde entonces. Pasamos página y dejamos de insistir en todo lo hecho para no ser tratados de «abuelos cebolletas», en el ánimo de que nuestros hijos y nietos no mantuvieran prejuicios y prevenciones, pero quizá nos equivocamos. Hoy, incluidos de verdad como un país más en Europa, con internet prácticamente en todos los lugares, a nuestro alcance información de todo tipo, de cualquier lugar, sin censuras previas, tropezamos con la indiferencia del posible usuario, con la trivialización (en demasiadas ocasiones) de las cosas que fueron tan importantes para nosotros. En verdad es la época de los 140 caracteres en la que la síntesis sustituye a la explicación detallada, el «copia y pega» a la verdadera reflexión, las respuestas a test al desarrollo de los argumentos de manera lógica y ordenada. El sectarismo al debate razonado.

Cada tiempo tiene sus propias preocupaciones, es cierto, pero hay asuntos que tienen más que ver con el propio fondo humano que con los accidentes exteriores. El deseo y afán de cultura no puede haber pasado de moda. La resistencia a la frustración, tampoco. Y a veces creo que, ante demasiadas reacciones que hoy en día se producen, a algunos no les vendría mal la lectura de unas cuantas novelas adecuadas para trabajar el intrínseco valor personal y la defensa clara de las convicciones.

Me lo apunto para preguntarlo a los psicólogos.

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