Desde mi ventana
Carmen Heras

Llegaron desde Cuba, cuando Fidel Castro alcanzó el poder, y siempre lamentaron haber dejado allí su modo de vida y su patrimonio. Juntos abrieron una humilde mercería en una de las calles más carismáticas y comerciales de la ciudad y iniciaron una nueva etapa entre carretes de hilo, botones y un sin fin de archiperres, de esos que antes se vendían en el pequeño comercio de proximidad y que ahora te las ves y te las deseas para encontrarlos; nuestra sociedad, ahíta de ordenadores, es cada vez más despreciativa con lo artesanal.

Mamá les compraba a menudo, por lo que la mujer le cogió confianza, y como mi madre, serena y equilibrada, sabía escuchar, cuando estaban solas en la tienda, la otra le desgranaba sus tristes confidencias, llenas de recuerdos y añoranzas de la isla, mientras los cartones de botones se desparramaban por el mostrador junto a los diferentes tipos de cinturilla existentes en el mercado. Ambas, sin decírselo, establecían una especie de cura terapéutica en tiempos en los que los gabinetes de terapia ni existían, o no estaban al alcance de cualquiera. Hoy, al pensarlo, me invade la ternura por comprender lo que la verdadera resiliencia de las mujeres, en tiempos opacos, significó y cómo se ayudaron unas a otras de manera firme y sin alharacas.

-«De vez en cuando me entra la ansiedad (por mi vida perdida de entonces, por mi vida de ahora) y cuando lo hace, me acerco a la iglesia y le cuento a la virgencita todas las penas, lloro un rato y me tranquilizo» (le contaba)

El matrimonio falleció hace muchos años, pero allí sigue el templo al que ella acudía, monumental en su estilo, tan silencioso y misterioso como entonces. Sólo que ahora no puedes entrar, en según que momentos, cerrada la entrada por una verja que te sale al paso cuando atraviesas el pórtico tan bello y tan románico. Mucho ha cambiado todo, pero aún lo pienso: que a menudo las cosas son de un color diferente según los ojos con los que se las mire y aprecie. Escribe Rosa Montero, en uno de sus artículos semanales, que en esta polarización sobre la que se sostiene hoy la política, la llamada izquierda siempre ha tendido a defender más los errores de los “propios”, mientras la derecha hace lo mismo con las actuaciones de los “suyos”. Y dice ella: “… y es verdad, como denunciaba Martín Amis, que la izquierda tradicional ha tenido una manga anchísima para los crímenes marxistas, de la misma manera que la derecha contempla con mayor simpatía los desmanes ultras…es la ceguera forofa. Pero para mí, los monstruos de uno u otro lado son igual de terribles y carniceros…” Y añade su receta: “solo un esfuerzo de la buena gente para escapar del veneno del odio puede salvarnos”.

Amigos/as hay que huir del sectarismo como de la peste. No hace más que emponzoñar, aunque sirva para convencer a muchos hipotéticos votantes de que hay que aglutinarse contra “el enemigo”. Ganar frente al “enemigo”. Perseguir o aislar (dentro/fuera de la organización) a quien no piense de la misma manera o no utilice los mismos argumentos. ¡Cuidado!

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