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Reflexiones de un tenor /
ALONSO TORRES

Escuchaba y veía, “santa dualidad de la música” (esto último lo repito casi con asiduidad, pero es que es casi impepinable, y además es casi de Sollers, que me cae casi muy bien), digo, que escuchaba y veía (debo escribir también, “y admiraba”) un concierto para piano (y orquesta de Chopin, el nº dos) de la pianista coreana Ah Ruem Ahn, y me preguntaba, ¿es más asequible la cultura occidental para los asiáticos que a la inversa; son los asiáticos “superiores” culturalmente hablando y por eso desde su vértice “bajan” sin problemas a nuestra cultura, en este caso a nuestra música, no siendo capaces nosotros de hacer lo mismo porqueeeeee… porque cuántos cantantes de ópera occidentales están o han cantado en la Ópera China; o cuántos occidentales interpretan hogaku, la música tradicional japonesa? Y recuerdo que salvo rarísimas excepciones no hay europeos que sean capaces de realizar, por ejemplo, el canto difónico, que consiste en una reverberación entre la faringe y la boca y que produce dos o más sonidos simultáneos, y es típico de, entre otros sitios, Mongolia (Anna-María Hefele es una de esas raras excepciones).

Hay quien me podría contestar que lo occidental es universal y que por eso está más extendido que lo asiático (no a nivel económico, clarostà); me podría decir que el “poder blando” occidental es más poder que el asiático. De acuerdo… en cierta ocasión, en Madrid, una estudiante de canto, alumna como yo del señor Lavirgen, nos contó esta anécdota, “alguien que nunca antes había escuchado a Mozart fue a un concierto donde lo único que se interpretó fueron piezas del músico salzburgués, tras terminar el evento musical, presurosamente, se dirigió al organizador y le preguntó que en dónde podía encontrar a Mozart, que le había gustado sobremanera su música, que le había emocionado hasta límites insospechados por su belleza, que le quería felicitar y si pudiera ser, convertirse en alumno suyo”. La gente, cuando Suo Kin relataba esta historia, se reía de la “ignorancia” de aquel espectador, pero a mí me pareció muy interesante no el que desconociera a Mozart, o que no supiera si estaba vivo o muerto, sino que le emocionara tanto como para intentar asistir a sus clases.

El canto difónico, que consiste en una reverberación entre la faringe y la boca y que produce dos o más sonidos simultáneos

El otro día, Anguita, que ha bajado desde la montaña de su espiritual retiro para las elecciones andaluzas, preguntaba que en dónde estaban los intelectuales, ¡¡¡ondía!!!, no sé si él escucha a Marlango o a Leiva, pero estos dos, que de preocupados por el mundo de la cultura van (según ellos mismos comentan, je, je), han sido contratados, y no han dicho que no (ande yo caliente, debajo de las sábanas, ríase la gente, entre las piernas), por Iberdrola, esa eléctrica que nos roba. Con un par, boquiquis de mierda, y no me vale que con la escusa de los pocos bolos que hay a día de hoy, y con lo mal que lo pasan los artistas (haber elegido otros sustos, o incluso muerte, gilipollash), se acepten los contratos que sean; no, no me vale. Como cantaba La Trinca, “qué difícil es ser puro, sí señor, defendiendo los colores y el honor”. ¿Que en dónde están los intelectuales, señor Anguita? En Asia, sin duda, preguntando por Mozart.

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