Desde mi ventana
Carmen Heras

Algún tiempo antes del de estos días de pandemia, yo me había permitido discrepar, entre colegas, sobre las excelencias absolutas de un recurso tan omnipresente en la enseñanza universitaria y en muchas formas de tele trabajo. Mi divergencia con quienes ensalzan la formación “on line” como única y la colocan como reina y señora de las formas de enseñanza tiene que ver con la sustitución por ella de otras maneras de trabajar con los alumnos mucho más vivas y ricas en matices motivacionales, todos ellos conducentes a la llamada “educación integral” que tiene que ver no solo con conseguir conocimientos en las distintas disciplinas, sino también con la asimilación de códigos de conducta, y el uso y control de emociones y competencias.

Sin embargo, la gravedad de la epidemia del coronavirus ha vuelto inoperante cualquier discusión sobre este asunto pues la propia necesidad del recurso tecnológico lo hace insustituible en esta situación. En momentos de aislamiento forzado, con colegios y negocios empresariales a la espera, la enseñanza ha de ser digital si o si y las familias que no tienen ordenadores e internet en sus casas se pueden quedar rezagadas, de hecho ya lo están, con la brecha de desigualdad avanzando inexorable, pasado un solo mes desde el inicio del confinamiento (aunque bien pareciera que ha transcurrido más de un año). Tan remotos están aquellos días azules.

Se quejan los enseñantes, casi sin excepción, de la frugalidad de las expresiones de nuestros jóvenes en las conversaciones o comentarios, de su desconocimiento de los hechos históricos que nos han traído hasta aquí, de su falta de interés por unas reglas de ortografía y su nula capacidad de atención más allá de los veinte minutos, incluso dentro de la etapa universitaria. Si tener una buena expresión oral y escrita es una muestra de preparación básica, habría que responder que muchos de ellos no la han adquirido en las cantidades necesarias. La forma de comunicarse en las redes sociales, lacónica e independiente de las reglas académicas, es una muestra clara de lo qué digo.

Hay, asimismo, otra cuestión añadida que merece la pena traer aquí: la omnipresencia de lo digital potencia la existencia cierta de los mundos virtuales, que pueden sustituir, en la mente en formación de nuestros jóvenes, al verdadero mundo real (lleno hoy de miedo e incertidumbres), consiguiendo que sus referentes sean héroes de ficción que luchan y matan en territorios virtuales varios. Con el pensamiento en construcción y la relatividad que nos rodea en las certezas diarias, que duda cabe que algo así puede ser bastante atractivo. Aunque peligroso. Recuerden el éxito que ha tenido Juego de Tronos, si no me creen.

Uno de los efectos del confinamiento en que vivimos ha sido la destrucción de las acciones concretas diarias, de las conversaciones frente a frente, de la rotundidad perceptiva de tacto y del olfato con respecto a otros individuos distintos a los de tu propia familia, e incluso con ellos. Las relaciones humanas han cambiado de manera inexorable. Dure más o menos esta reclusión, no hay marcha atrás. Así que tendremos todos que prepararnos y preparar a otros para este nuevo mundo, con profesionalidad. Y eso es más importante que la terminación de una forma u otra de un curso académico.

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