Cómo pesa esto. Es lo primero que pensó Jacob Delafont, jugador de polo profesional en el Ngayanendra`s Polo Team y apostador habitual de ruleta europea a los números 25 y 28 (rojo, pasa, par; negro, pasa, par, respectivamente) cuando cogió en sus brazos, fuertes y fibrosos, el último libro-arte (un metro de alto por un metro y medio de largo, 85 kilos y trescientas cuarenta y cinco páginas de fotografías en B/N y Color de la fotógrafa Rufo Plata) que la editorial Taschen ha dedicado a la compositora Kaija Saariaho (los homenajes, en vida). También se acordó, en ese momento, de su dolorido hombro derecho. Debo acudir al fisio, ¡ya, pero ya!, se dijo a sí mismo con bastante mal humor. En el Hotel Florida, donde se alojaba, en lo alto de la montaña del Tibidabo, pidió en recepción que le subieran dos litros de mors. Al ver la cara del joven, aclaró: zumo natural de frutos rojos, también quiero, por favor, una botella de Zubrowka, vodka polaco, gracias.
Esto debe ser hacerse mayor, aceptar lo inaceptable
Había llegado a la Ciudad Condal a las 8 de la mañana (toda la noche en un camión, que no conducía él, desde Sotogrande) con el encargo de llevar la jaca preferida, Margarito, de su amigo John Winston a la cirujana jefe de la facultad de veterinaria de la Universidad Central de Barcelona, Silvia Alonso, que se quedó con el animal y cara de “esto no va a tener solución”. Lo sé, pero yo soy un mandado, el maldito panameño quería que la trajese hasta aquí y así lo he hecho, ahora, todo depende de la ciencia, ¿no?. Después marchó a desayunar frente a la catedral de la Santa Cruz, a la terraza del Hotel Colón, a escuchar cómo La Tomasa, la campana mayor, da por el culo con sus tañidos al diablo. Luego entraré a ver a las ocas, pensó al primer trago de “indiano” (café negro, cargadito, con generoso chorro de ron Cubay), y se rió, porque no sabía si las ocas/gansos son los animales que en el claustro están viviendo a cuerpo de rey, o los curas que “trabajan” allí. Deberían quemarlos a todos, proclamó en voz alta cuando ya nada quedaba en la tacita.
Abrió el libro sobre la cama (desplegado medía tres metros) y al pasar las primeras páginas y ver las sensacionales imágenes, con textos de la propia fotógrafa, se acordó al instante de “La mirada de Ulises” de Angelopoulos y de “Garaje Olimpo” de Bechis (dos películas donde se desarrollaban, para él, las escenas de sexo más tristes de la historia del cine; una viuda bosnia que recuerda al marido asesinado, y una chica a punto de ser arrojada a los tiburones del Mar del Plata por su novio militar), entonces se levantó del suelo, estaba de rodillas, y quitando con rabia de su minúsculo equipo de música con apabullante sonido a la compositora homenajeada por la prestigiosa editorial alemana, buscó a Lula Pena cantando por Rodrigo Leao, y cuando sonaban los primeros acordes de “Pasión”, sorbiendo mocos y llorando, dijo mirando por la ventana entreabierta (la brisa que venía del mar movía muellemente la blanca cortina), esto debe ser hacerse mayor, aceptar lo inaceptable…
Reflexiones de un tenor / Alonso torres