José Cercas

Llega un momento en que el poeta se calla. No porque haya perdido la voz, sino porque la palabra necesita aire. El silencio es el humus donde germinan los versos que aún no se escriben. En ese silencio habita la semilla de lo que seremos: el rumor de la humanidad que piensa, la luz que se detiene antes de decir su nombre.

Vivimos tiempos de estridencia, de palabras gastadas que se arrojan al vacío como piedras. Y, sin embargo, el poeta sabe que cada sílaba tiene peso, que cada adjetivo puede salvar o condenar una esperanza. Por eso calla: porque entiende que la palabra, antes de ser dicha, ha de merecer el silencio que la precede.

He aprendido que escribir no consiste en levantar templos de palabras, sino en escuchar la respiración del mundo. A veces el verso nace del rumor del agua o del vuelo invisible de un pájaro. A veces nace del dolor, del gesto de un niño que busca la luz entre los restos del día. La poesía no está en el sonido: está en lo que los vocablos ambicionan.

El poeta de hoy camina entre ruinas luminosas. Sabe que la humanidad ha perdido muchas de sus certezas, que el progreso no siempre ha sido una promesa y que el amor sigue siendo la única herramienta para comprendernos. Por eso escribe desde la intemperie, con las manos manchadas de tierra y memoria. Sabe que toda belleza verdadera nace del riesgo, que toda verdad requiere una herida.

La poesía es el último refugio donde aún respira la dignidad humana. No redime, pero acompaña; no cura, pero recuerda. Cuando el mundo se fragmenta en titulares y consignas, el poema reconstruye lo invisible: la mirada, el temblor, el nombre secreto de las cosas.

He visto pasar los años, las guerras y los destierros, y aún creo en la palabra. Creo en su poder para unir los pedazos de la humanidad, para tender un puente sobre la sombra. El poeta de hoy no busca aplausos ni púlpitos: busca sentido. Y, si alguna vez calla, no es por miedo ni cansancio, sino porque sabe que el silencio también escribe.
Al final, todo poema es una forma de gratitud, una manera de decirle a la vida: gracias por doler y por existir. Por eso sigo aquí, en esta orilla del tiempo, esperando que la palabra vuelva a nacer limpia, humilde, necesaria. Porque quizá —solo quizá— el futuro aún dependa de aquellos que se atreven a escuchar.

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