José Cercas

Mi corazón es un paisaje solitario, una dehesa abandonada de filantropías y hojas caducas que claman por la atención de las estaciones. Es un lugar llamado cielo, donde un pájaro trina en los capítulos de aire. Mi corazón vuela sobre los collados y el agua leve del río; es el tiempo que monta su equipaje sobre las flores. Tiene frío y abriga la escarcha, llora y pena como una cigüeña dormida en la torre. Oye cantar los lirios y gruñir a los jabalíes que hociquean su savia oculta. Canta en días de niebla y abraza silente al violento paso del tiempo. Labora en la callada razón de la aventura.

He caminado tantas veces por esta dehesa, he visto cómo la humedad enerva el tronco de la encina. He oído el graznido de un cuervo augurando su pronta singladura en la rama más alta. Te he sentido vestida de otoño, buscando en los años la voz perdida de la niebla, el triste lamento de una palabra. Te pretendí grave como los días de lluvia, hoja perenne de los encinares, grana que busca su néctar en la tierra, tallo que se aferra a la existencia. He caminado buscando tu nombre, que apenas hoy me atrevo a pronunciarlo.

Sigo mi camino y ya a lo lejos diviso el perfil del pueblo. Mi destino es la dehesa, que apenas levanta su espíritu mañanero. Natural, mágica, cubierta de esa niebla que sabe cómo abrazar las encinas. El mugido de los rumiantes y el canto de las urracas a lo lejos. El día se me hace el más lento del mundo. Las huellas quiebran la hierba; todo en su conjunto crea la armonía del paisaje.

Más tarde, el río Gibranzos, con su rugido de agua despeinándose en la lozanía de las orillas, el barro en las lenguas del puente, la bruma y el ruido del agua que juega con el granito como si fuera un sonajero de lodo y labranza. Así la soledad que combate con el leve sonido de la naturaleza. Este paseo mañanero por la dehesa, estos recuerdos, este pasado que me domina.

La vida de la que hablo es una consecuencia del tiempo, un reflejo del sudor y el esfuerzo que dejamos en cada paso. Es un momento fugaz que se desvanece en el recuerdo, un instante que se conjura con el agua y el alimento que nos sostiene.

La vida lleva consigo la marca de la violencia y la lucha, la sangre y el fuego que se derraman sobre la tierra. Es un minuto capaz de doblegar voluntades y batallas, un instante de nacimiento y muerte.

Nada se detiene a mirarte, nada te mira desde el agua que fluye. La vida canta, llora y muere a diario, en un ciclo constante de creación y destrucción. La distingo de los dioses, de la memoria y de las sombras, cuando descubro que la semilla que se siembra en la primavera se recoge en el bisoño invierno del tiempo.

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