De Cáceres de toda la vida
José María Saponi

La Sociedad se encuentra peligrosamente indignada con la sucesión de tantos escándalos de corrupción. El resultado es un amplio descrédito de algunos actores de la vida política, por lo que se hace necesario que los partidos y los responsables de la “cosa” pública, procuren con cierta urgencia una solución que posibilite que la “política” sea el arte de lo posible para el beneficio de la sociedad en general.

La política es condición reguladora de un buen sistema de relaciones humanas, es lo que posibilitó que en los albores de la democracia, cuando España salió de un régimen autoritario, se ha venido deteriorando, convirtiéndose en algo parecido a lo que se conoce como abuso de posición dominante, o sea, la imposición de intereses y condiciones, sin tener en cuenta los intereses de quienes hacen posible la existencia de la propia democracia que son los ciudadanos en general. De tal suerte que, más que el vehículo para la expresión de lo que estos piensan y anhelan, los partidos son percibidos erróneamente como meros aparatos de lucha por el poder y el provecho corporativo o personal. Una percepción que no siendo verdad en términos absolutos. Influye en el sentir de las gentes.

Es urgente, cambiar esta situación y adoptar medidas que deberían modificar de forma sustancial un panorama que está apareciendo desolador y devolver la credibilidad a la política, con medidas concretas que tengan como común denominador una mayor transparencia en la forma de actuar de los grupos políticos e institucionales.

Aunque después de tantos años de experiencia, quizás sería oportuno y muy conveniente modificar un sistema electoral de listas cerradas, que viene siendo recibido con disgusto por cada vez mayor número de personas, y ello viene deformando seriamente la relación de los votantes con los candidatos electos, ya que estos no deben confundir jamás su lealtad a quienes les votan y sus propios intereses, no deben obediencia a quien les puso en la lista antes que la lealtad debida a quien les votó y facilitó el cargo.

No faltan los que dicen que los políticos son un reflejo de la sociedad, y que por tanto la propensión a la picaresca y, en último término, la corrupción está en el ADN de España, esto no es verdad, pero aunque fuera mínimamente cierto este diagnóstico, como justificación es éticamente inaceptable, porque en todo caso los cargos públicos están obligados a una conducta ejemplar.

Los partidos son, pese a todo, los que pueden y deben enderezar esta deriva y devolver a la democracia, su verdadero sentido de “gobierno del pueblo por el pueblo”. Si no lo hacen ellos, la incertidumbre y el desasosiego enraizarán con efectos imprevisibles. Si quieren, pueden, España y los españoles lo merecen.

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