Desde mi ventana
Carmen Heras

Amigos, perdónenme por el spoiler. Mi disculpa es que la serie lleva un tiempo de programación en una de las plataformas más vistas por aquí.

En SUCCESSION, el patriarca de un emporio de empresas influyentes en sus múltiples derivaciones, sufre un ictus y queda muy deteriorado. Durante la convalecencia, el hijo mayor, en vista de que no delega en él, como jefe primero y absoluto, prepara una moción contra su padre para destituirle de la Presidencia.

Enterado por una filtración, el patriarca desmonta el tinglado de la manera más bestial y directa: se salta las normas de procedimiento, se queda en la sala durante las votaciones, insulta y agrede verbalmente a unos y otros y en ese ambiente visceral y provocado su primogénito, ausente de la sala, atorado con su coche en una calle de tráfico excesivo, no llegará a tiempo para evitar que sus aliados en el consejo de administración cambien el voto, voto que darán nuevamente al jerarca. Pura precaución. Por no correr riesgos.

Gana pues el viejo la partida, pero la situación empresarial queda muy deteriorada al despedir al hijo, por haberle traicionado, junto a otros elementos directivos, y la familia, básica en el conjunto del entramado se rompe, los unos contra los otros, buscando todos los cómplices que les permitan, a cada cual, lograr sus intereses.

Les confieso, amigos, que, al pronto, visionando el capítulo, aprecié la valentía del personaje. Su fiero coraje. Se me vinieron a memoria sucesos (en otro marco) parecidos, en los que yo misma probé las hieles de la traición de algunos de los que me rodeaban. Me dije: “Yo tuve que hacer lo mismo, una limpia tenaz e inmisericorde, sin tapujos. Porque hubiera ganado la partida”. Pero después, viendo que en el desarrollo de la ficción, mucho de lo construido tan arduamente se deslavaza, con la desconfianza primando en cada caso y la productividad brillando por su ausencia, volví sobre mi para reflexionar que en la vida hay que discernir lo qué hacer pensando en el día siguiente cuando se trate de la estabilidad de una estructura (un partido político, por ejemplo) pues, entre cismas y deslealtades, se puede hacer desaparecer toda su esencia, al dividirse y polarizarse los afectos de sus simpatizantes. Al predominar la división entre las bases y obligarlas a elegir un líder, de manera extremosa y traumática.

Así que (me dije) en cualquiera de los conflictos similares, las preguntas fundamentales son si prima más la supremacía de un jefe que un desmembramiento absoluto del sistema del que, al fin y al cabo, todos beben, y si la ruptura de unas reglas primigenias, el enfrentamiento y el uso de la polarización deben usarse arteramente para mantener a una persona en el poder.

Y aún existe una tercera: ¿Somos los humanos sustituibles en las jerarquías, o existe gente inmortal que no puede ni debe desaparecer? Sin duda de cómo nos contestemos y actuemos, derivan unas circunstancias u otras en cada recorrido humano. De ahí datará su responsabilidad histórica.

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