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Historias de Plutón /
José A. Secas

De todos es sabido que el buenrollismo no vende; por eso esta colaboración quincenal mía es, digamos, de perfil bajo. Se siente. Ya ha habido casos sonados de diarios, revistas, programas de radio o televisión y hasta sitios web, que han pretendido seducir a una hipotética audiencia con noticias amables y buenas nuevas; huyendo de la carnaza, el sensacionalismo, la crítica inmisericorde, el politiqueo y el fútbol. Como consecuencia, se han estrellado contra la cruda realidad: no estamos preparados (en general) para el amor y todos sus derivados y manifestaciones. Como diría Silvio Rodríguez: “estamos viviendo en los remotos anales del hombre”. Yo añado que ni tu ni yo ni nuestros tataranietos, de continuar esta civilización con los planteamientos que pretenden sustentarla, verán un mundo inspirado por el amor. Los pocos apóstoles y visionarios que han hecho y hacen proselitismo del “all you need is (to) love”, a la hora de actuar, no tienen respaldo y la tendencia del ser humano sigue siendo mezquina y egoísta. En todo caso “estamos trabajando en ello”.

Dicho esto (como diría Manuel), solo me queda meter mierda, cortar trajes, dar caña, cagarme en la putamadrequeparió de algún pobrecito desgraciado y criticar cualquier cosa o persona que se me pase por la cabeza. Es fácil: desde la vecina de abajo hasta el ayuntamiento que me tiene la acera hecha una pena; desde el político de turno (local, provincial, regional, nacional o internacional) hasta el clima, las mafias, las conspiraciones, los tráficos, los poderes o la historia contada por los vencedores. Solo tengo que poner la tele, sintonizar la radio, abrir el periódico o conectarme a la Internet (incluida las redes sociales) para ponerme hasta atrás de mal rollo, dejarme intoxicar, envenenarme y terminar por repartir estopa, bilis y mala baba. Es cuestión de ponerte a la altura de las circunstancias y del personal. Si quieres meterte en un buen fregao y recibir y dar caña, ataca a la yugular de un político, de un futbolista, de un obispo o de una celebrity; seguro que alguno de sus acólitos y acérrimos defensores tiene preparada la navaja para clavártela o la cachiporra para atizarte en el cráneo. Abundan los integristas amargados y peleados con ”los otros”. Qué pena de enfrentados; qué vida más triste. Ains.

Como mi conclusión va a tender necesariamente hacia mi prédica y mi cantinela habitual, en contraposición con ese mundo dañino que nos rodea y al que no quiero dedicar ni un segundo (pero al que menciono y del que me quejo ampliamente en el párrafo anterior), trataré de huir del único modo que sé y me sale: con humor. Me río de nuestras limitaciones y de lo ridículo que somos cuando nos ponemos tan estupendos y tan listillos, me río de nuestro ego que inflamos con el único amor mal empleado, que no es otro, que el que alimenta el instinto de supervivencia primitivo echándole de comer egoísmo y autoestima mal interpretada; me río de los que nos creemos guays o guaises (o como se diga) porque en público tratamos de transmitir un discurso con buen talante y en privado… mejor no hablar. Definitivamente me río de las contradicciones, de la duda y de mi mismo y, en el fondo, me alegro y me siento feliz de estar rodeado de tantos seres humanos imperfectos, como tú, como ella, como él. También me Río de Janeiro.

 

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