La temperatura de las palabras /
José María Cumbreño

Durante unos días, se ha podido ver por Madrid un autobús naranja cuya carrocería mostraba el siguiente mensaje con letras enormes:

Los niños tienen pene.
Las niñas tienen vulva.
Que no te engañen.
Si naces hombre, eres hombre.
Si naces mujer, seguirás siéndolo.

La responsable de semejante campaña publicitaria es una organización llamada Hazte oír, que no es conocida precisamente por su respeto y amor al prójimo. Según parece, lo que se pretende es reaccionar ante lo que dicha organización denomina «la imposición totalitaria de la ideología de género y contra el adoctrinamiento de los menores». Luego, en su página de internet, al referirse a un libro que han publicado y en el que se defienden posturas injustificables en cualquier sistema civilizado, puede leerse lo siguiente:

Me pregunto si los que nos llaman homófobos y fascistas se han leído el libro que tanto les crispa los nervios. Mucho me temo que no. Gritan y patalean llenos de odio porque:

  • Discrepamos de sus ideas, y no están acostumbrados.
  • Nos resistimos a considerar digno de aprecio e imitación a un colectivo únicamente por su comportamiento sexual.
  • Nos negamos a aceptar que las opciones sexuales de un grupo determinado deban imponerse obligatoriamente a nuestros hijos en todas las escuelas del país.
  • Defendemos nuestro derecho constitucional a educar a nuestros hijos como nos dé la gana.

Por suerte, la sociedad española ha reaccionado contra el peligrosísimo mensaje de este grupo, lo que creo que dice mucho en favor de la asimilación de los valores democráticos en nuestro país. Justo por eso convendría pedir explicaciones al Ministerio del Interior, que en 2013 declaró a Hazte Oír asociación de utilidad pública. Como lo oyen.

Estos días me he acordado de la relación amorosa entre Marcela y Elisa, dos maestras gallegas que se casaron por la Iglesia en 1901, aunque, para poder hacerlo, una de ellas se vio obligada a vestirse de hombre. Su historia no acabó bien: cuando se descubrió el pastel, terminaron incluso en la cárcel. Ahora, por lo visto, una calle de La Coruña llevará el nombre de ambas. Y es estupendo que vaya a ocurrir eso. Pero pienso también en lo que sufrieron toda su vida por tener que ocultar lo que eran y sentían.

Desde entonces, han pasado más de cien años, una guerra y una dictadura. Y, ahora, que por fin hemos logrado consolidar un sistema más o menos igualitario, no podemos consentir que alguien le diga a otro alguien a quién debe o no debe querer o quién ha de ser a pesar de que se sea otra cosa.

Que no te engañen.

Sí, porque para eso ya estáis vosotros.

Artículo anteriorBolas de cristal
Artículo siguiente¿Una muralla es un muro?

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí