José Cercas

Hubiera preferido reconocerte entre los árboles, sobre la vara del pastor que, posada en la tierra, buscaba su asombro en la alta soledad de las estrellas; reconocer tus pechos, masticar tu espíritu, como alondra que clava sus uñas en el cuerpo inocente de la libélula.

Advertirte en mis ojos, en el agua que expande su saliva masculina; aquella que dijo: un día fui feliz junto a ti, a tu alrededor, en tus labios diminutos, dibujados con pinceles de estaño, inundados de carmín. Yo sigo en este camino donde un día no te reconocí, donde te vi callada, asida a la memoria de otro tiempo, bajo aquella luz que llevaba tu nombre de pasados.

Reconocerte hubiera sido un mundo de palomas, de ángeles que lloran ante el precipicio del tártaro. Quizás hubiera preferido besarte en la noche, con un verso fruncido en tu corazón de roca, labrado como el junco, tallado como la primavera.

Hubiera preferido reconocerte, aunque hubieran callado mis sentidos, aunque te hubieras ido de todos modos, aunque me hubieras mirado con el último lamento. Reconocerte, sentirte en el fondo del pasillo, asomada a los ventanales rojizos del crepúsculo.

Reconocerte y perderte, así, de cualquier modo, en las sombras más tristes del pasaje. Hubiera preferido decirte adiós, ay, decirte adiós a mi manera, con tu nombre destinado al olvido.

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