Una semana más, continuamos entrevistando a los ganadores de los Certámenes Literarios que organiza el área de Cultura de la Diputación de Cáceres y, en esta ocasión, nos paramos en el XXXV Premio Cuentos Ciudad de Coria, que ha recaído en el almeriense Borja Criado Martínez.
Su colección de relatos, Transeúntes, se impuso a 486 trabajos procedentes de 26 países por «su calidad literaria y un lenguaje poético muy rico», en palabras de la escritora Edurne Portela, que presidía el jurado.
¿Quieres conocerlo más a fondo? En Avuelapluma.es reflexiona sobre la cultura o los lectores y le preguntamos por su obra, su inspiración y mucho más.
¿Qué te inspiró escribir esta colección de relatos y cuánto tiempo le dedicaste hasta acabarla?
Escribo cada día, pero no suelo ponerme objetivos, porque sobre todo me gusta escribir por escribir. Llevo un tiempo viviendo en una ciudad pequeña y las historias que cuento en el libro son las que me he ido encontrando en distintos cafés o escenarios de la ciudad. El grueso del libro lo escribí en 2024, aunque hay algunos relatos que tenía escritos desde hacía tiempo que encajaban con el libro, porque los escribí pensando en Almería o estando allí de vacaciones. Tres de los relatos son historias verídicas: una la escuché en la terraza de un bar mientras desayunaba y solo tuve que copiar las palabras que un tipo le contaba a otro en la mesa de enfrente; otra me la contó una chica, y le ocurrió a su exnovio.
Transeúntes reúne relatos de diferentes temáticas sociales tratadas a veces desde el realismo y otras desde lo fantástico, ¿cuál es el hilo conductor de todos ellos?
Diría que el hilo conductor es la vida en una ciudad pequeña, que de alguna manera es la vida en todas las ciudades pequeñas, con su imposibilidad o sus dificultades para cambiar cuando uno está cansado de sí mismo, o cuando las personas que te rodean te resultan nocivas. Aunque esto puede ocurrirte también en un trabajo en Madrid o en Londres o en París, porque las dinámicas sociales malsanas y jerarquizadas parecen repetirse allá donde se establece la rutina entre un grupo de personas. Thomas Ligotti tiene un libro bastante interesante sobre este tema titulado ‘Mi trabajo todavía no está acabado’, publicado en España por Valdemar. Pero cuanto más pequeño es el entorno, más difícil parece mantenerse al margen de las personas que no nos sientan bien.
Probablemente el otro hilo conductor es el de los libros como propuesta de salvación a la soledad no deseada o a la presencia de personas que no queremos cerca o nos aburren, y también como propuesta de salvación de nosotros mismos. Me gustan las personas que leen por el placer de leer, o porque leer es el único rincón que les queda, y no las que leen con gafas de crítico o de académico. Encuentro algo mucho más puro y genuino en esa forma de leer que la que encuentro en los suplementos culturales del país. Creo que esto se refleja en la forma que tienen de leer todos los personajes del libro.
¿Hay algún cuento de la colección por el que sientas predilección? Si fuera así, ¿por qué?
Aunque estoy convencido de que el premio se lo han dado a María Teresa y a Cecilio y no a mí, que son los protagonistas del primer relato del libro, creo que los que más me gustan son Café Doré, porque me parece el más poético (relato que nunca habría podido escribir si no hubiera leído a Italo Calvino), y los tres últimos, que son los más fantásticos y más imposibles de todos, y que se lo deben todo a Felisberto Hernández y a Richard Brautigan. También le tengo un cariño especial a Real Alcázar, porque es el relato donde menos me reconozco, por no decir que no me reconozco en absoluto, y esto me parece siempre buen signo cuando escribo.
Una vez leída la colección, ¿qué te gustaría que quien lea tu libro se llevara consigo?
Me haría feliz que su lectura sirviera a alguien del mismo modo que a María Teresa le sirve leer a Raymond Chandler durante el duelo por la muerte de su marido urbanista.
¿Cuál ha sido el mayor reto al que te has enfrentado para crear Transeúntes?
No sé cómo funciona la creatividad en el resto de escritores, pero a mí me cuestan los finales principalmente porque nunca escribo sabiendo adónde voy. En algún prólogo de Stephen King leí que «Trazar una trama es la versión literaria de la respiración artificial», y en una de sus cartas a Frank Belknap Long, Lovecraft explica que «La literatura moderna, creo, será realista o bien será poderosamente subjetiva e individual. Una crónica tediosa o bien una rapsodia caótica». Los libros que más me gustan creo que han sido escritos sin mapa, como seguramente escriben sus cuentos Eloy Tizón o Almudena Sánchez, que tiene un libro extraordinario titulado La acústica de los iglús.
¿Cómo conociste el XXXV Premio Cuentos Ciudad de Coria y por qué te animaste a participar en él?
Llevo años participando en distintos certámenes, y en el de Coria ya había participado en ediciones anteriores.
El presidente provincial, Miguel Ángel Morales, dijo que “la cultura no tiene fronteras y solo una bandera común”. ¿Crees que son importantes certámenes literarios como este para fomentar la cultura?
Creo que los certámenes sirven para dar a conocer a personas que no tienen contactos en el mundo editorial. Siempre se ha dicho que el único premio sin trampa es el de novela de Tusquets. Me alegra saber que estoy equivocado.
No tengo muy claro que la cultura no tenga fronteras ni comparta una bandera común. No creo que compartan mucho las novelas de Cristina Morales con los ensayos de divulgación tertuliana de Juan Soto Ivars, por ejemplo, a pesar de que ambos son considerados parte de la esfera cultural española contemporánea. Creo, de hecho, que el narcisismo se cultiva dentro del mundo literario con la misma intensidad que en el rock. Por alguna razón, en la sociedad contemporánea parece persistir la idea de que el arte (o la cultura) y la moral van de la mano, una idea que, a mi juicio, es de una ingenuidad platónica. Creo que un autor que ha tratado muy bien este tema es Bolaño, sobre todo en Estrella distante y en La literatura nazi en América.
Pero también creo que aunque siempre habrá a quien le interese más el capital cultural que el contenido de un libro (o de una película, o de cualquier otro producto cultural, ya que estamos con Bourdieu), siempre son más los lectores que leen o dejan de leer por el placer de hacerlo, y no por quedar bien delante de otros lectores. Vale más el lector que sabe tirar un libro a la basura que el que lo acaba a la fuerza. En todo caso, espero que el mío acabe calzando mesas y no en el contenedor azul.

































