Carta al director

Pues no, no voy a hablar de los trenes que llegan a Extremadura, como el título parece indicar, sino de una experiencia reciente durante unas cortas vacaciones en Mallorca. Sóller es uno de los lugares más importantes para el turismo cultural de la isla, una población situada en plena Sierra de la Tramontana y no muy lejos del mar. Es famoso el ferrocarril desde Palma hasta Sóller, que en su día se prolongó para llegar hasta el Puerto de Sóller. Este “ferrocarril”, muy antiguo por cierto, ha evolucionado hacia una especie de tranvía para turistas que, además, puede transportar y transporta a los ciudadanos fuera y dentro de temporada. Más de un millón de pasajeros al año gestionados por una empresa privada, según Wikipedia. Un éxito que rescató este medio de transporte ayudando de paso en el proceso de peatonalización del centro. En efecto, en Sóller nos sorprendió que las líneas del tranvía pasaran por el centro histórico, que en muchos casos compartieran pista con el automóvil y que en otros pasaran justo por la misma Plaza de la Constitución, llena de terrazas y de bares, donde se encuentra además el ayuntamiento, la iglesia de San Bartolomé y otros edificios emblemáticos. Sóller, enclavada en un valle rodeada de montañas, no es un caso aislado en el mosaico de ciudades europeas de orografía complicada que han optado por un sistema combinado de peatonalización con transporte público. Antiguamente nuestras ciudades estaban surcadas por tranvías, como se sabe, pero el progreso del automóvil arrasó con aquellas líneas eléctricas tan silenciosas y económicas para convertir la urbe en un caos de ruido y humo. Afortunadamente, eso ha tenido una corrección progresiva que, en Cáceres, ha traído como consecuencia la peatonalización parcial del eje central que atraviesa la ciudad. No obstante, falla algo.

Tengo la impresión de que en Cáceres siempre nos hemos movido entre extremos, sin tratar de buscar un punto medio que equilibre los intereses de todos. Una ciudad como la nuestra, orientada al turismo y a la gestión burocrática de los asuntos de la provincia, no puede permitirse tener un centro histórico de difícil acceso tanto para el comercio como para el particular. Se hizo bien en acabar con el botellón y, con esa inercia, se cerró la Plaza Mayor herméticamente a todo tráfico de vehículos, excepto los taxis, lo que, en mi opinión, fue un error. Prosiguiendo con la peatonalización, que se consideraba la panacea de todos nuestros males, se cerró al tráfico también el tramo de San Pedro que va hasta la plaza de San Juan, dejando esta más bien aislada y de difícil acceso, casi como un cuello de botella que termina en el Hotel Palacio de Oquendo. No digo que no haya que preservar el casco antiguo, ya que tenemos esa joya, lo que digo es que en los aledaños hay que hacer posible un transporte público accesible a todos los bolsillos, eficaz, amable y silencioso. Uno naturalmente piensa en los tradicionales tranvías que han conservado algunas ciudades europeas (entre ellas Lisboa), pero sería complicado, costoso y demasiado rígido instalar ahora vías férreas en una ciudad que nunca las ha tenido por el centro. No, el centro debe seguir siendo peatonal —la calle Pintores siempre lo ha sido y debería seguir siéndolo, una tradición que, por cierto, no la ha salvado de la mordedura de la crisis económica—, pero debería combinarse con un transporte público eléctrico que llevara a la gente a sus asuntos (por ejemplo, al ayuntamiento) y que incentivara dejar los vehículos particulares en aparcamientos situados convenientemente en los extremos. Mucha gente viene a Cáceres de los pueblos de la provincia. Un eje, precisamente, que saliera por ejemplo de la rotonda donde está la estación de ferrocarril (y, muy cerca también, la de autobuses, feliz coincidencia que nos regala el azar) y que, recorriendo toda la Avenida de Alemania en línea recta, entrara en Cánovas pasando por la Cruz de los Caídos. El lector me perdonará que no utilice los nombres oficiales de las calles, sino que hable “en román paladino, en el cual suele el pueblo fablar a su vecino”, ya que este escrito va dirigido al ciudadano medio en Cáceres.

El Paseo de Cánovas es la clave, pues también las combinaciones algo caprichosas del urbanismo cacereño nos han regalado un bulevar regio y ancho para el peatón. La visión que tengo es la de un autobús eléctrico o autobús articulado no muy ancho (los hay con diseño de “tranvía”) que disfrute de un carril exclusivo bordeando Cánovas, por ejemplo, y que pase con la suficiente frecuencia, es decir, que no deje de circular lentamente en ambas direcciones durante todo el día —ambas direcciones quiere decir que el mismo vehículo suba y baje sin parar, puesto que no hay espacio en algunas calles para que se crucen dos vehículos. Antes de entrar por San Antón, puede tener una parada junto al quiosco Colón, lo que vendría bien a la gente que acudiera a la delegación de Hacienda, a la biblioteca pública, al hospital o incluso a los espectáculos en el Gran Teatro. En el tramo de la calle San Pedro, actualmente cerrado al tráfico, tendría que compartir espacio con el peatón, lo que no es incompatible en ese pequeño trayecto, como se ve de sobra en algunas capitales europeas. Simplemente se señala discretamente una franja en el pavimento con otro enlosado y el conductor, debidamente aleccionado, va avisando de su paso por la zona peatonal a los transeúntes con una señal acústica muy parecida a la que utilizaban los tranvías antiguos. Otra parada debería estar, por supuesto, en la Plaza de San Juan, para los que vayan a hacer gestiones en el ayuntamiento, a alojarse en los hoteles, a comer en los restaurantes o se dirijan al casco viejo por la parte de arriba. Sin duda habría que poner una parada en el centro de la Plaza Mayor, orientada sobre todo a los turistas y a los cacereños que quisieran ir por allí. Y a ese respecto quisiera sugerir aquí que el ayuntamiento debería colaborar estableciendo una pequeña dependencia para la policía municipal —sin coche patrulla— en alguno de los locales de que dispone en la plaza mayor, eso ayudaría a mantener un cierto control de todo el sistema y daría seguridad al entorno del casco viejo. Esos mismos municipales podría pasear, por turnos, por la ciudad vieja. Pensemos que Cáceres se tiene que preparar para un turismo que va a volver con más fuerza después de estas crisis que tanto lo ha castigado, y que deberíamos aprovechar este parón para “hacer los deberes” de cara a ofrecer al turismo internacional una ciudad amable, tranquila y accesible.

Desde la plaza mayor este pequeño bus articulado eléctrico debería poderse meter en línea recta por la calle Gabriel y Galán, torcer levemente en la Plaza del Duque e introducirse por la estrecha calle Muñoz Chaves. Una parada imprescindible debería ser en la Plaza de la Audiencia, muy conveniente para los que vinieran a resolver asuntos judiciales o para los que viven en esos barrios de tan difícil acceso para el coche, más cuando que se quiere transformar el Palacio de Godoy en un hotel o construir el museo de Madruelo. La calle Peñas es la continuación natural que abocaría en línea recta al barrio de San Blas, donde debería haber naturalmente otra parada. Es más, yo diría incluso que la parada podría estar frente al complejo Valhondo, por la sencilla razón de que allí aparcan las autocaravanas de los jubilados que llegan a Cáceres de turismo. Allí podría hacerse un aparcamiento para vehículos normales que entraran en Cáceres por el este, desde la carretera de Trujillo y Madrid. Todo este transporte público encontraría su sentido más para “subir” que para “bajar”, al ser Cáceres una ciudad en cuesta. Desde San Blas se podría cruzar la rotonda para alcanzar la Mejostilla, si se quiere, o bien un ramal que llegara al campus de la universidad. Sin embargo, esto no sería imprescindible y se podría dejar para una segunda fase del proyecto, si es que funciona por el centro, y de esa manera tener la opción de poderlo ampliar. Lo importante es el eje central, que daría soltura y agilidad al centro de la ciudad, especialmente al centro histórico, al conectarlo con la parte “moderna” de la ciudad. Los estudiantes, la gente que va de compras al centro, los negocios inmobiliarios y, en general, todos los ciudadanos agradecerían un servicio así, sobre todo si fuera barato, amplio y cómodo; siempre que funcionara con regularidad y eficacia. Además, tendría el valor añadido de ser un incentivo más para el turismo que viene.

Más ideas pueden ser un “bono” de transportes mensual reducido para los residentes en Cáceres, dejando que el visitante o el foráneo pague la tarifa normal. De esa forma se incentivaría a los mismos cacereños a tomar el transporte por el centro de la ciudad, ayudando de paso a los estudiantes. El aparcamiento de un coche en el parking de cualquier extremo daría derecho a moverse todo el día en los transportes públicos, etc. Hay muchas formas de incentivar el transporte público, desanimando al mismo tiempo a que la gente meta su coche por el centro. Sin embargo, no considero que se deba prohibir del todo, teniendo en cuenta además el problema de la carga y descarga de mercancías.

Otra sugerencia es que, en los dos extremos de este “eje”, el vehículo articulado pueda dar la vuelta sin más, por ejemplo alrededor de una rotonda, para enfocarse en la otra dirección. Los conductores, debidamente adiestrados, deberían turnarse en esos extremos para hacer sus 6 u 8 horas de trabajo y mantener el sistema funcionando todo el día, incluyendo los días de fiesta en los que llegan muchos visitantes. Naturalmente habría excepciones para la circulación de este transporte, como las procesiones en Semana Santa, el Womad u otras celebraciones especiales, el día de San Jorge, rodaje de películas, etc. El papel del consistorio cacereño en todo este proceso es fundamental, porque, aunque se otorgue la gestión de este transporte a una empresa privada, el ayuntamiento debería obtener una tasa por esta concesión, y exigir, además de un funcionamiento regular e impecable, una tarifa de precios que priorice al residente.

La clave del éxito está en el vehículo a elegir. Es evidente que debería tratarse de un transporte eléctrico (al fin y al cabo, ya existen a nivel particular para los turistas), pero el formato debería adecuarse a las características de las calles tan estrechas por las que debería circular, al mismo tiempo lo suficientemente largo como para poder subir bastantes personas —por ejemplo, un grupo de 50 jubilados que llegaran con un viaje del Inserso y dejaran el autocar en el parking de Valhondo. Poco a poco también el cacereño se acostumbraría a tomarlo en vez de tratar de meterse por el centro con su coche, pero siempre que fuera limpio y amable, con suficiente espacio para llevar paquetes, que circule tranquila y sistemáticamente, que no meta mucho ruido ni emita humos molestando al peatón, etc. Un trolebús me parece ideal, pero técnicamente resultaría engorroso tender un cableado eléctrico por arriba… Aunque también se me ocurrió que se podría aprovechar para esconder en las fachadas todo el cableado eléctrico que cuelga por fuera y tanto afea a la ciudad (además de ser peligroso). Quizás un girobús o un trolebús guiado, este último es un vehículo con ruedas de goma y un solo carril embutido en el pavimento que le proporcionara energía eléctrica. Y no hay que pensar que sea una idea peregrina. Sevilla y otras ciudades españolas están volviendo al tranvía, aunque considero que un tranvía para Cáceres es desaconsejable dada la orografía de la ciudad. En cuanto a los costes, la Unión Europea estaría encantada de financiar un proyecto así en una ciudad que goza del privilegio de ser Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.

Por último, aprovecho este artículo para manifestar aquí mi disconformidad con el ritmo tan extraordinariamente lento de los semáforos en Cáceres. Es innecesario y absurdo, y crispa los nervios tanto de peatones como de conductores. Una cosa es regular y otra irse a los extremos, ralentizando la vida económica y social de la ciudad. Cáceres no debería ser solo para los jubilados y los turistas, sino también permitir un razonable dinamismo en el pequeño negocio y el comercio. No siempre vamos a vivir de subvenciones.

Juan Pedro Rodríguez-Ledesma

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