Desde mi ventana
Carmen Heras
Que las cosas, a menudo, no son lo que parecen comienza a ser un axioma digno de destacar en estos tiempos. El otro día, un tipo aparentemente correcto me llenó de improperios solo porque dije que ahora la política se parece mucho a un juego de prestidigitación donde las idas y venidas están llenas de trampas.
Cada vez más me reafirmo en que a nuestros jóvenes habría que adiestrarles con pulcritud en las reglas de la convivencia democrática. Desde niños, porque creo que para las demás edades todo está perdido ya. Vivimos en una sociedad ciertamente ñoña en algunos asuntos y muy despiadada con respecto a otros. Que lo mismo acusa sin fundamento que vuelve mártir a aquel que merece su atención o puede ser usado sin consecuencias.
En un espacio publico lleno de gente, tres personas conversaban a gritos sobre asuntos de actualidad nacional y lo hacían desde una seguridad manifiesta escenificada en las exclamaciones despectivas, los insultos de amplio calado mil veces repetidos, los gestos y expresiones, unas veces citando a individuos concretos, rotundamente condenados por ellos, y otras, tan generalistas de amplio espectro, como para desear (y decirlo) el exterminio de todos. Una mujer que intentó intervenir desde la prudencia se vio pronto acallada por el ruido y terminó marchando. Y yo, pensé en lo impropio de las lenguas sueltas. Y en lo peligroso. Porque el fuego de las palabras no se apaga.
¿Y que decir de otras cuestiones llevadas con exageración y por ello mismo destinadas a ser puestas en solfa en cualquier retroceso? Porque a mi esto de las mujeres me parece que habría que llevarlo, en este momento, con mayor moderación. Desde luego no seré yo la que tire piedras a mi propio tejado, pero convendrán conmigo que centrar todas las reivindicaciones en el aparato reproductivo no libera precisamente. Ni a una en particular, ni a todo el genero. Mientras se habla de esto (que es fácil para cualquier escribidor) se obvian otras cuestiones importantes en la vida de las féminas y se sigue ayudando a que el famoso patriarcado siga manejando las reglas de oro de la economía, o de la educación. Por poner algunos ejemplos.
Pero los partidos han encontrado en estas cuestiones, y en las heridas que desgraciadamente producen en las víctimas, una fuente de ingresos (es decir, de votos) y han hincado, hasta el absurdo, el diente, en asuntos, que si bien son importantes, no constituyen el magma general en el que los seres humanos, y por tanto las mujeres, vivimos. Detenerse de manera desmesurada y sistemática, en las debilidades y fortalezas de la biología femenina es seguir considerando a la mujer como sexo débil, al que hay que tratar de manera protectora y punto en boca. Escaso respeto entre mentes que se dicen semejantes. Aunque aquí cabe detenerse a pensar sobre si la inteligencia del genero humano puede haber descendido a fuerza de no utilizarla. Ya lo pronosticó Antonio Gala en una entrevista con Jesús Quintero hace algunos años: “(En el futuro, con las inteligencias artificiales)¿tendremos, a fuer de apretar un botón, conductas manejadas por patrones que digan cómo vivir, hacer amigos, buscar el amor, etc.?”. Pues sí. Pura corrección política, todos pensando y repitiendo lo mismo. Otro día, amigos, hablaremos de elecciones.


























