Historias de Plutón
José A. Secas
Tal y como el péndulo vuelve al punto de inicio, los días suceden a las noches y seguimos acumulando lunas llenas en nuestros calendarios. Los días de la marmota se repiten. Los ciclos, etapas, fases, periodos y lapsos regresan con sus cadencias particulares, con sus órbitas o con sus tempos (de larghissimo a prestissimo), para volverse a marchar hasta que les toque regresar, de nuevo, al principio de otro viaje que se repetirá una y otra vez.
Y vuelta la burra al trigo. Y dale. Y venga…
La vida está llena de novedades porque no dejan de pasar las cosas que tienen que ocurrir y nosotros no lo sabíamos. A veces alguien cree que está cambiando el curso de los acontecimientos tomando una u otra decisión y se siente un pequeño (o gran) dios de andar por casa. Otras veces, el determinismo sobrevenido aplasta tus ínfulas de libertad y se caga (con perdón) en tu libre albedrío, plantándote delante de las narices un capítulo repetido de la historia de la humanidad —o de tu propia biografía— y dejándote con la sensación de ser un pelele o un tapón a la deriva en medio del océano.
Da igual cómo te levantes: de pasota, de consciente, de motivado, de filósofo o de resacoso. La vida rueda y pasa por encima de quienes no acompañan a los amaneceres y a los crepúsculos.
La vida sigue.
La vida vuela.
La vida no espera…
¿De qué sirve comerse el tarro, hacerse una paja mental o darle vueltas y más vueltas a esa o aquella cuestión? Si no actúas y no pasas página, el tiempo te devorará y llegarás tarde. Y si no haces nada, estás haciendo algo, ¿verdad? Sí, claro. Todo acto se puede explicar; incluso se puede justificar lo injustificable. Puedes contradecirte. Puedes mentir. Todo vale porque todo forma parte de la vida. Aunque te creas original, vas a repetir algo que ya se hizo antes. Eres parte del caos.
Desde que surgió el homo sapiens se estima que unos 117 mil millones de seres humanos han vivido y muerto en este joven planeta. Como para no pensar que todo está inventado. También es cierto que el progreso crece exponencialmente y que cada día se inventa una rueda o una máquina de vapor. Dicen que el hombre inmortal ya está entre nosotros. Será rico, seguro.
Me gusta darle a la devanadera de los sesos (como diría mi madre, que en paz descanse) y entretenerme con divagaciones, hacer conexiones neuronales o jugar al pin-pon con las pocas neuronas sanas que me van quedando. Me siento vivo y pasajero. Agradecido, porque aún puedo contarlo. Se mueren famosos y anónimos de mi generación y pienso que cada vez queda menos para que se celebre mi funeral definitivo (no una performance).
Ocurrencias y diarreas mentales y verbales para introducir mis reflexiones en forma de telegramas y, como broche final al primer escrito de la penúltima etapa:
Me alegro de estar de vuelta sin haberme ido del todo.
Me alegro de ser y estar aquí y ahora.
No puedo evitar pensar a lo grande.
Me hastían las fiestas; solo quiero ser un niño.
Más me hastían las elecciones; solo quiero ser rico.
Me apena que se muera la gente, pero es ley de vida.
No juego a la lotería y tengo muchas razones para ello.
Me gusta la gente que me hace reír; también la que me hace pensar.
No tengo ningún derecho a quejarme (lo hago sin querer y por tu culpa).
Te amo porque, teóricamente, es lo mejor que se puede hacer en estos momentos.
Te deseo lo mejor y que las diosas te acompañen. La luna llena, la primera.


























