José Cercas
Los poetas no conocen el origen del fruto ni la codicia del geranio, que desea una pared azul para sostenerse o un balcón de hierro antiguo que albergue la cándida desnudez de sus flores. En las tardes grises, ellos cantan a las orillas de los charcos. Con sus katiuskas de arcilla, pisan los acantilados donde se despeñan las noches de las cigüeñas que anidan en abedules de bronce.
Con sus manos, manchadas por la tinta, vuelan sobre la negra senectud de las olas. Los poetas son el fuego que arde sin memoria. Van y vienen entre los surcos y escriben canciones en las húmedas y ardientes paredes del universo. Los poetas son amigos de quien os habla al oído. Lamen sus entrañas y su rostro, y caminan como penitentes entre cuerpos inertes.
Los poetas dicen que pueden iluminar las esquinas y las bibliotecas con místicas leyes. Besan los labios de quien declama vuestros nombres ocultos, encerrados en castillos donde habitan las multitudes. Saben creer, mas no creen. Saben iluminar y dar color a los tonos grises de los jardines, mas no lo hacen. Saben palmear con el mejor cante, y saben besar el fondo de las cosas, mas no lo conciben.
Los poetas son aquellos a quienes les robaron la luz de las constelaciones, les usurparon la voz del quejido y les quitaron la calle. Sin embargo, no les arrebataron la memoria ni la arquitectura del aire cuando pasan y besan las doce llaves de la palabra humanidad. Los poetas dicen saber de nosotros, y afirman que entienden de la fórmula exacta de cómo abrir las ventanas, de cómo ultrajar el grito terrible de la bestia.
Todo lo que saben, lo que permanece, lo que callas y ocultas, y lo que brota procede de los hombros marinos de la lluvia. Saben que viene de la tierra, de la hembra nacida del barro. También saben que proviene del acero que secciona la espiga de los surcos que profanan raíces calladas. Saben que viene del canto de la siembra, de la piedra que quiebra el arado y de la boca cautiva por los natales pechos de la aurora.
Saben de las rosas que florecen sobre el granito, del fruto dorado que amamanta la primavera, de los manantiales, de todos los ríos, de los labios que fondean sus palabras en los vientres ocultos del agua. Saben que el tiempo nos abriga y la tierra nos cubrirá para siempre. Saben que otros versos volverán a conjugar la vida con otros.
























