Desde mi ventana
Carmen Heras
Si me dan a elegir entre el invierno y el verano, prefiero a este último. Su ropa y sus comidas. Los días largos, las noches cortas… la felicidad.
Nunca me gustaron los finales de año, puro invierno, claro; incluso en mi época mas jubilosa, en lo referente a disfrutar de un entorno familiar magnífico, por estas fechas aparecía en mí, una melancolía tenue, sin motivo aparente o por exceso de razones triviales. Figúrense, por tanto, ahora, cuando la familia está mermada a la fuerza, por los fallecimientos. Y los amigos empiezan a faltar…
Es nuestro tiempo un tanto grisáceo en lo meteorológico además de por esa cascada de noticias que todos los días nos presentan los telediarios, en las que aparecen los seres humanos desprovistos de sentido cívico o llenos de depravación. Aunque sea pura inconsciencia, el instinto en estado puro. Sin pulir. A lo loco. Sin calibrar.
Deberíamos hacer como sociedad un repaso a esa idea tan curiosa (y certera) de que solo lo negativo produce un buen negocio en la comunicación, porque de ahí procede un género informativo sobre la vida y sus mariachis bastante truculenta. ¡Ah, el capitalismo dictando normas sobre lo importante de conseguir beneficios a cualquier precio, y allá por su cuenta el que no llegue y se quede despiezado en la estacada!
¿Saben, amigos? yo creo que todos, de alguna manera, somos unos mariachis, acompañantes eternos de los “cantores” principales (sea estos personas o circunstancias). Por más que nos pese, nunca llegamos a ser protagonistas autónomos de nada (compañeros de viaje, como mucho) pues la libertad completa no existe, y eso es bueno saberlo cuanto antes. Para evitar frustraciones. Y decisiones mal tomadas.
Un mariachi, como saben, es un tipo de música en México y por extensión, también reciben ese nombre los músicos que la hacen. Yo tenía una compañera, allá en los albores de mi trabajo profesional, madre de tres hijos pequeños, que se veía obligada a buscar ayuda externa para su cuidado, los días no laborables, mientras ella se encerraba a estudiar (preparábamos la oposición para ser profesoras numerarias en la UEX y todo el tiempo era poco). Tenía marido, ingeniero de postín, pero no podía (o no quería), hacerse cargo de los niños, así que la responsabilidad del asunto recaía en ella. Mientras mi colega ensayaba unos estupendos “juegos malabares” para atender a los chiquillos, él solo exclamaba: “Ya está Pepa con sus mariachis”. Y menos mal que Pepa siempre lo enfocó con humor.
Y sí, el resultado fue que ambas aprobamos las oposiciones, pero por el camino hubimos de dejar tiempo y otras cosas adyacentes, perdiendo de vista parcelas y ciertos ámbitos de los que se compone la existencia, pues en el vivir nunca hay nada gratuito y todo, de una forma u otro, acaba pagándose. Y es que en el fondo, tan solo realizamos de una manera completa aquello que se nos permite. Hasta donde alcanzamos. Y ya está.
Por eso me sorprende el éxito que tienen algunas teorías de hoy que pregonan que la liberación del ser humano es únicamente cuestión de voluntad. Y que su éxito depende estrictamente de los méritos que atesore. Vanas ilusiones que nos hacemos para no desfallecer.
























