Reflexiones de un tenor
Alonso Torres

Me pongo música “de fondo” para escribir, y hoy le ha tocado iniciar la jornada al Puma, José Luis Rodríguez, El Puma, ¡¡¡yeah!!!, qué movimiento de caderas más genial (y además no tenía mala voz el tío, no), perooooo, pero ahora, para empezar con lo “grueso” de mi escrito para ustedes, me voy a los clásicos contemporáneos y lo que suena en mi casa es La Gubaidúlina, que es mujer siberiana, creyente y doliente; hace unos años, cinco, en Berlín, durante una Semana Santa pasada allí, buscando algún concierto chulo, nos dimos de bruces (a mí me pegó en toda la testuz) con una obra suya, “Las siete palabras” (que es la denominación convencional de las siete últimas frases de Cristo en la cruz: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen… Yo te aseguro, hoy estarás conmigo en el paraíso… Mujer, ahí tienes a tu hijo, ahí tienes a tu madre… ¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?… Tengo sed… Todo está cumplido… Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”), ¡¡¡joder, qué cosa más buena!!!, y el sitio acompañaba, y mucho, era un edificio okupado, ¡¡¡okupa kagando!!!, en el maldito centro de la capital de Europa, jeje, con permiso de París…

No creo en los “cubos” blancos, en el hermetismo de las salas de conciertos ni en los museos; quemaría, derrumbaría todos esos cenáculos de cultura (en cierta ocasión escuché decir a un punkorro, “tío, el mundo no está pa que yo lo salve, está pa quemarlo”, y me gustó la predisposición a la destrucción, sí, y la hice mía; jijiji, decía Durruti, “llevamos en nuestros corazones las semillas de un mundo nuevo”, algo muy bonito para leerlo en las paredes y hacer poesía con ello, pero que no hay Cristo que se lo crea, o por lo menos eso es lo que yo pienso), digo, que el arte y la música, ¡¡¡a la calle!!!

Pero el otro día me acerqué a la fundación Helga de Alvear (a mi hijo es un “espacio” que le mola) donde pude escuchar “Idiosincrasia suena”, un proyecto de l@s alumn@s de composición del conservatorio musical de Cáceres.La.Talada. Escogieron los participantes (músicos) una pieza de dicha fundación-museo y sobre ella compusieron. Pensé que mi iconoclastia podía esperar unos años más y que no destruiré, quemaré, o arrasaré ningún museo (no respetaré, cuando me ponga a ello, ni el San Fernando de Sevilla ni el Capodimonte napolitano) por el momento, y es que iniciativas así hacen que las bestias pardas (como yo –en alta estima me tengo-) vean que hay otros mundos, otras posibilidades, otras bellezas, otras éticas y estéticas, otras visiones y otras mentes más iluminadas (que la mía).

 

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