c.q.d.
Felipe Fernández

Ya llegaron. Un año más. Ya están aquí las únicas fiestas que celebramos todos juntos. En otras fechas, unos tienen San Jorge, otros San Fulgencio y algunos, San Miguel, pero las que unen el final de diciembre con el comienzo del año nuevo las celebramos todos. Por encima de creencias, ideologías e, incluso, postureos –que de todo hay- los sentimientos que transmiten las Pascuas son universales, solidarios y, casi, unánimes. Aburridos, tal vez exhaustos de tanto politiqueo, de tanta exageración, de tan poca mesura, utilizamos estas fechas para buscar el punto medio, como si el equilibrio perdido no diera más de sí y necesitáramos imperiosamente reencontrar el sosiego. Como es conocido, los manuales que circulan por internet aconsejan evitar conversaciones polémicas y actitudes desafiantes, no sea que el propósito pierda su objetivo y se desaten las hostilidades. Tarea asequible, en todo caso, porque las discusiones siempre obedecen a imposiciones propias y posturas intransigentes.

Si se piensa bien, cada vez hay menos oportunidades de juntar a los –en teoría– seres queridos

Hay miles de conversaciones posibles para esas largas cenas y comidas de familia y amigos con tal de que el resultado solo sea una pequeña indigestión, consecuencia directa del mucho comer y beber. En realidad, si se piensa bien, cada vez hay menos oportunidades de juntar a los –en teoría- seres queridos. Por eso, dedicar ese tiempo a invocar demonios, relatar cuentecitos o interpretar palabras es una triste e inoperante pérdida de tiempo. Según los manuales, lo verdaderamente importante sería interesarse por la vida de los otros, por sus inquietudes y deseos; lo realmente enriquecedor sería ponerse en su lugar, compartir alegrías y satisfacer expectativas. Ya, ya lo sé, eso exige un caudal de generosidad difícil en estos tiempos que corren, en los que el egoísmo y la inseguridad provocan desconfianza mutua. Pues peor para todos. Sin un mínimo esfuerzo, sin un mínimo control, cualquier celebración puede tomar derroteros fatales. Y, además, cuando se mira con cierta distancia, resulta tan ridículo que dan ganas de volver para atrás, borrarlo todo y recomenzar. Así que, diga conmigo su propósito de enmienda, reparta abrazos y besos según corresponda y disfrute con la explosión de luces, colores y aparente felicidad que nos invade estos días. Y si aún se muestra remiso, recuerde estos versos de Rumi del siglo XIII, descriptivos a más no poder: “Más allá de cualquier idea, de buenas o malas obras, se extiende un campo; allí nos encontraremos” ¡Felices Fiestas!

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