Historias de Plutón /
JOSÉ A. SECAS
Prometí en la pasada entrega (edulcorada y blandengue, como pocas) de esta colaboración quincenal, que esta vez repartiría estopa para que no me tilden de moñigón y babosón que solo transpira buenrollismo a costa de perder la perspectiva de la cruda realidad. Un poco de mala leche, de rabia, de crítica abierta y descarnada, de juicio duro y de valiente posicionamiento no viene mal de vez en cuando pero, cuando uno ha aprendido a nadar y a guardar la ropa, cuando uno -de verdad, palabrita del niño Jesús- no odia y no guarda rencor, cuando uno es, por naturaleza, conciliador y diplomático, ¡qué difícil es sacar la mala baba! No me sale. Voy a hacer un esfuerzo. Ains (suspiro).
Tanto la filosofía clásica o la oriental, como la sabiduría popular o el sentido común, alaban la prudencia y previenen del peligro de hablar sin tino y sin medida, sin aportar nada positivo o nuevo y del riesgo de perder la credibilidad y el respeto del prójimo a fuerza de quejarse, maldecir, difamar o, simplemente, expresarse malamente o descubriendo al ignorante o al necio que todos llevamos dentro; por eso, me lo pienso tanto a la hora de disparar mis dardos contra algo o alguien solo por deporte y porque me comprometí -pobre diablo- a “dar caña” cuando ni puedo ni quiero y ni se hacerlo (pero un compromiso es un compromiso, jopé).
Ahora voy y me río en tu cara y en la de todos tus compañeros pero de mi, me río el primero
Así que, dispuesto a mojarme pero también a salvaguardar mi estilo y mi “modus operandi”, voy a tomarla con entes y conceptos (nada de personas) contra los cuales hay absoluta unanimidad a la hora de aparecer alineados. Con el total conocimiento de que este tipo de críticas abiertas e imprecisas son como predicar en el desierto o como un pedo que suena fofo y además no huele y con la absoluta certeza de que puedo empezar criticando y acabar dando un consejo -¡peligro!- de esos que nadie ha pedido, que nadie necesita y que tampoco va a aportar nada que digamos… me lanzo a perpetrar una ristra de obviedades, lugares comunes, bla bla blases, patatines y patatanes. Vamos, que seguimos como estábamos: mareando la perdiz.
Y tal y como entrara Lope de Vega en el primer terceto del soneto que le mandara hacer Violante, yo entro en el cuarto párrafo: con el pie derecho porque fin a esta columna estoy dando y, al parecer, sin haber vomitado hiel ni haberme cagado en la puta madre que parió a Peneque o a un chino verde (por ejemplo). Vale, ahora voy: Declaro que estoy (por orden decreciente) en contra de la guerra, de la violencia, de la intolerancia, de la falta de respeto y de la estupidez; y como estos son males que, en mayor o menor medida, nos afectan a todos; siguiendo una relación lógica, me declaro en contra de vosotros cuando os comportáis tonta, irrespetuosa o violentamente y como yo también me comporto así cuando pierdo la consciencia, me declaro enemigo de mi mismo y de mi propio mecanismo. Hala, ahora voy y me río en tu cara y en la de todos tus compañeros pero de mi, me río el primero.