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Reflexiones de un tenor /
ALONSO TORRES

Cuando vio aquellos parajes, aquellas geografías, aquellas ciudades, aquellas gentes por primera vez, conjugó todas las formas del llanto; llanto alegre, nostálgico, triste, pleno, melancólico, callado, cantado, a gritos, sorbiente, dolido, amado, moquero, ciego, visionario… y se acordó sin venir a cuento, o con todo el cuento del mundo, de su amigo José Mª Criado Molano, “tú estás enamorado”, le espetaba cada vez que se encontraban (tras sus largos y no siempre reposados viajes, “¿a que no vuelvo?”, se decía a sí mismo, sonriendo, cuando llegaba a Ferganá o Gandhara, a los lagos Rodolfo o Baikal, a los territorios del Klondike o a la costa colombiana, a La Plata o Bratislava). De Managua eligió Villa Pedro Joaquín Chamorro, con el verde salvaje que la separa del mar interior que es el lago Xolotlán; de Tegucigalpa la Colonia Las Palmas, al borde mismo del río Jacaleapa (lejos, muy lejos del Country Club); y de San Salvador las cercanías del parque Saburo Hirao, para cantar la letra de aquel tango con más razón que un santo, “dicen que te vieron, la otra noche, en el parque japonés”.

Fue un encargo como esos que solo suceden una (o dos) veces en la vida

Fue un encargo como esos que solo suceden una (o dos) veces en la vida, “oye, Jacobo, ¿por qué no te vas a Centroamérica, a ver si localizas, en uno de esos golpes de suerte que tienes, la partitura de la primera zarzuela compuesta, “El golfo de las sirenas”, de Calderón de la Barca? Dicen que está allí, en una de las bibliotecas, no sé si nacionales o universitarias. ¿Qué, aceptas?, Patrimonio Nacional pagaría un pastizal, con lo preocupados que están ahora por la cosa cultural”. No hubo respuesta de voz, se levantó del asiento, fue hacia la puerta, miró desde allí al director/propietario de la editorial para la que trabajaba (reportero “colmillo retorcido” y maduro), y le hizo un gesto de despedida, vago, con la cabeza. “El tío cabrón”, dijo el director/propietario cuando su empleado desapareció, “¡anda que se lo ha pensado!”.

Es cierto que al principio consultó y visitó a profesores, intelectuales, músicos (¿cómo no?), sabios y expertos; también se metió en bibliotecas, públicas y privadas, fue vagando de aquí para allá, perooooooo, pero cuando empezó a fumar cigarros puros del tipo “robusto” (marca Te Amo; con tabaco de la zona para la tripa, y mexicano para la capa y el capote), a tomar ron con azúcar morena y chorrito de lima por cantinas y licorerías, cuando la música criolla (cumbia, merengue, salsa…) le entró por los oídos y le rozó el corazón con sus desgarradoras letras tristes y endiablado ritmo (“hubiera sido posible, carajo”, pronunció con tristeza, pero no contrariado, en la desembocadura del Lempa), y sobre todo, cuando llegó, como Núñez de Balboa, al Pacífico, algo se trastocó en él. Las crónicas fueron menguando en número y en grosor, la última decente fue sobre el falso asesinato de un psiquiatra español cooperante de Médicos Sin Fronteras en un programa contra la violencia; y luego, él, haciendo un silencioso homenaje a José Eustaquio Rivera (autor del maravilloso y cruel libro, “La vorágine”), desapareció, se lo tragó el océano, o la selva, o alguna mulata, o el alcohol, o todo junto a la vez. Y no volvió.

 

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