Historias de Plutón
José A. Secas

Si hacemos una salvedad con respecto al amor platónico e idealizado de corte romántico y a las relaciones (amorosas o no) a distancia surgidas a la sombra de la Internet (no cabe duda de que existen), de todos es sabido que “el roce hace el cariño” y que la gran mayoría de los vínculos de amor verdadero se dan entre personas que se conocen (mejor personalmente pero no necesariamente).

La “sangre” supone el más sólido de los vínculos y en las familias hay (o suele haber) un verdadero e intenso amor. El que existe entre madres e hijos es casi incuestionable pero también entre hijos-padres, hermanos entre sí y, en segundo plano, abuelos-nietos y primos-tíos, suponen un excelente caldo de cultivo donde se desarrolla este sentimiento profundo y necesario.

Las relaciones sociales y culturales generan otro tipo de comunidades vinculadas al amor por el hecho de compartir el sentimiento de pertenencia y afinidades más abstractas que generan más que afectos y lealtades. En ese plano inmaterial, espiritual y casi mágico surgen vínculos amorosos entre iguales que no comparten lazos de sangre o socio-culturales. En cuanto uno cambia de lugar o de costumbres de vida, las personas que se cruzan en tu camino serán siempre susceptibles de ser amadas como amigos o “algo más”. Esas personas sobrevenidas pueden llegar por casualidad o por predeterminación (según creencias al respecto) y, en cualquier caso, ese sentimiento vendrá precedido por una sintonía, por razones químicas, de karma o vibración (hay para todos los gustos).

Por seguir con esta clasificación sui géneris, quiero rematar la faena con los amores elegidos. Estos amores pueden comenzar en la cabeza para terminar haciéndose parte del corazón (o no). Responden al análisis y a la cordura, se filtran y destilan en el raciocinio más puro y se mueven por intereses (también legítimos). Hay personas que atraen en un primer momento y que el halo que irradian y la personalidad que proyectan se convierte en un imán. A estas personas decidimos amarlas “con decisión” y este proceso necesita paciencia, perseverancia, empatía, seducción y despliegue de encantos porque, en ese egoísmo que a todos nos mueve, se busca correspondencia y reciprocidad. Luego viene el asunto de la calidad y la cantidad (de amor) y de la percepción del amado y por ahí ya se empieza a complicar la cosa. Amen (sin tilde).

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