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Si te viera Schopenhauer /
SERGIO MARTÍNEZ

Viajar por Extremadura es una de las aficiones que más me gustan. De hecho, mis amigos me llaman el Príncipe de las Hospederías y los alojamientos rurales. Creo que exageran un poco. Bueno, igual no tanto, ya que la verdad es que me gusta buscar alojamientos distintos y recorrer mi región siempre que tengo oportunidad. Y este fin de semana toca escapada.

Lo bueno de Extremadura es que es casi entera rural, con lo que la mayoría de los destinos aportan tranquilidad y naturaleza con mucha facilidad. Además, ahora nos acercamos a una de las mejores fechas para conocerla. Los meses de marzo y abril nos proporcionan un clima y unos paisajes, digamos, que perfectos. El esplendor de la primavera, con todos sus campos verdes y llenos de flores, y una temperatura que invita al paseo y a la búsqueda de lugares recónditos.

Tengo ciertos lugares predilectos. Uno de ellos es la Sierra de Gata. No me canso de visitarla. Además tiene Portugal muy cerca con lo que una escapada por las aldeas vecinas siempre puede caer. Gastronómicamente, además me parece sublime. No muy lejos, están las Hurdes. Sólo hay que coger la Ex 204 y en una horita te plantas en una de las zonas más alucinantes que puedes conocer en esta tierra. Si no la conocen, vayan ya, piérdanse, alucinen y no olviden hacer dos cosas: la primera, parar en las mestas y comprar el licor de bellota del Tío Picho, un manjar a la altura de los dioses; y segundo, hacer la carretera que une Riomalo de Arriba con Casares de Hurdes. Simplemente alucinante.

El esplendor de la primavera invita al paseo y a la búsqueda de lugares recónditos

Otros dos lugares que me fascinan son Granadilla y Cáparra. Estoy convencido que si estuvieran en cualquier otro lugar del mundo tendrían millones de turistas. Aquí no. Una suerte para los viajeros porque los dos enclaves son de una belleza que hace que te acerques a padecer el síndrome de Stendhal.

Pasear por Garganta la Olla y Villanueva de la Vera son mis opciones favoritas de este valle. Bañarme en sus gargantas también, aunque sus aguas gélidas y cristalinas a veces te lo ponen difícil. Aunque como no todo es pasear, siempre es bueno volver aunque sea sólo por comer el foie que te sirven en el restaurante La Abadía de Cuacos de Yuste.

Y como no, conducir por la llanura pacense hasta llegar a Llerena y descubrir este coqueto pueblo. Bajar hasta las profundidades de la tierra en la Mina de la Jayona, subir hasta los cielos, si el viento no te tira antes, en la alcazaba de reina, y descubrir la belleza y el misterio de la ciudad romana de Regina. Para, cómo no, darte un homenaje de vuelta en Llerena en un bar que se llama La cuadra. Búsquenlo. Está escondido pero merece la pena.

Qué pena que se me acabe la columna porque todavía me quedan muchos sitios por mencionar. Pero tendrá que ser otro día porque este fin de semana me toca viajar a las Villuercas, conocer la cueva de la Constanza, comer en el restaurante de los suizos y alucinar una vez más, con el Monasterio de Guadalupe. Nos vemos en los retiros rurales.

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