La temperatura de las palabras
José María Cumbreño

Eso es lo que el presidente del PP de León, sin inmutarse, respondía unos días atrás delante de un grupo de periodistas, cuando se le preguntó por el caso Cifuentes.

“Vale, no tiene el máster. ¿Y? ¿Cuál es el problema?”

Se ve que a este señor se le olvidó, seguro que momentáneamente, que la falsificación de un documento público (y un título universitario lo es) constituye un delito. De todos modos, no me extraña que tuviese semejante despiste, ya que, viendo las tragaderas de los españoles, lo del máster fantasma supone una minucia para esta gente.

Lo peor, no obstante, es que, según las noticias que han aparecido en la prensa durante los últimos días, al parecer lo de contar con titulación superior de dudosa procedencia es costumbre entre ciertas clases sociales.

Hace unos años se hacían los ofendidos cuando se les llamaba la casta

Por ejemplo, Pablo Casado, portavoz del PP, ha reconocido que obtuvo un máster sin ir a clase ni realizar examen alguno. Otra muestra preocupante. La semana pasada, un sindicato de la policía denunció a doscientos mandos por obtener, presuntamente, el grado de criminología en circunstancias irregulares, porque, mientras que cualquier alumno debe superar cuatro cursos para obtenerlo, los acusados lo consiguieron con un único curso y a través de internet.

Claro, ante tanto alboroto, varios diputados han optado por modificar lo que de sus currículums aparece en la página del Congreso. De Ana Pastor, la actual presidenta del Congreso, se podía leer en su ficha durante la pasada legislatura que había cursado un MBA (Máster en Administración de Empresas). Ahora, sin embargo, ese título no se menciona. Y no es la única. Catorce compañeros del Congreso han modificado sus datos biográficos, eso sí, siempre eliminando titulación que anteriormente sí figuraba en sus respectivas semblanzas.

Todo esto, aparte de las implicaciones legales que pueda conllevar, me parece gravísimo y un símbolo, además, de la perspectiva que ciertas capas de nuestra sociedad, las que tienen el poder y el dinero, poseen de cómo son y deben ser las relaciones que se establecen entre ellos y el resto de las personas. Para esas clases privilegiadas, el reparto de la riqueza viene determinada por un sistema, el capitalista, que da y quita en función de los méritos de cada uno, de tal manera que los mejores, los más capaces, son los que triunfan y tienen éxito (del tipo que sea), mientras que los otros ocupan, en una especie de selección natural, los puestos más bajos de la sociedad.

Sin embargo, ¿cómo se justifica ese planteamiento si resulta que los supuestamente mejor preparados han conseguido acumular méritos haciendo trampas?

Hace unos años se hacían los ofendidos cuando se les llamaba la casta. Pero es que realmente lo son. Y creo que nos quedamos muy cortos.

Artículo anteriorEl destino de todo cerdo
Artículo siguienteUniversidad bajo demanda

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí