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Si te viera Schopenhauer /
Sergio Martínez

El veintisiete de septiembre está a la vuelta de la esquina. Nada menos que a final de esta semana. Ese día desayunaré mi tostada favorita y que es, nada más y nada menos, una catalana con jamón. La acompañaré con un café y un zumo de naranja. En ese momento abriré el periódico, leeré como ha quedado mi Athletic y esperaré impaciente el resultado de los comicios catalanes. Seguramente de fondo me pondré música de Dorian, Love of Lesbian, Sidonie o Manel, todos ellos grupos catalanes, y cuyas canciones, forman parte de mi vida. Después, abriré un libro para pasar el día, y lo haré seguramente con uno de mis autores de cabecera: Eduardo Mendoza o Vázquez Montalbán. (¡Anda si también son catalanes!)

A mí la catalana con jamón no me gusta exactamente como la hacen los catalanes. Es decir, no me gusta frotar el tomate con el pan, soy más de rayarlo, añadirle aceite de oliva en un bol y darle un toque de azúcar y sal. Tras un año viviendo con catalanes en Santiago de Chile, ellos mismos acabaron convenciéndose de que mi estilo de preparar el pan tumaca estaba mucho más rico. Fue cuestión de pedagogía. El añadirle jamón ibérico, y más si es de nuestras dehesas extremeñas, hace que esta sencilla combinación sea un placer sublime para el paladar. La verdad es que el jamón en Chile, lo olíamos poco.

Me parece increíble que el castellano y el catalán se utilicen como arma arrojadiza en este asunto

Puedo decir que soy de esos españoles que no quiere que Catalunya se independice. No me gustaría. Pero no por un fanático nacionalismo español sino porque creo con convicción que son mucho más las cosas que nos unen de las que nos separan. De hecho, nos une una lengua. Me parece increíble que el castellano y el catalán se utilicen como arma arrojadiza en este asunto. Despreciar el castellano es de una insensatez incalificable, pero el poco cuidado que ha tenido España, en los casi cuarenta años que llevamos de democracia, por promover el conocimiento de las otras lenguas oficiales del Estado en el resto de España, es indignante. El resultado obtenido ha sido que ahora el euskera, el gallego y el catalán se utilicen como muros de separación entre ciudadanos españoles y no como un puente de conocimiento y enriquecimiento cultural. Muy triste lo de este país.

Y es que a mí me gusta esa España diversa y rica culturalmente. Me gusta leer como el Quijote acaba sus aventuras en Barcelona, me gusta pensar en la amistad entre Lorca y Dalí, o en la de Picasso, Manolo Hugué o Joan Miró, me gusta ir a ver a Bruce Springteen al Camp Nou sin pasar por aduana, me gustan los edificios de Gaudí en León, Comillas o Astorga. Me gusta la España en la que una actriz catalana, Maragarita Xirgu, es una leyenda en Mérida por dar vida a Medea en el la primera edición del Festival de Teatro Clásico de Mérida. Me gusta que el Festival de Flamenco de Barcelona sea uno de los más importantes del país. Me gusta ver a un pequeñín de Albacete ser ídolo del Barça, y me gusta mucho una España que se abraza como lo hacían Serrat y Sabina en sus conciertos, o, en la que Felipe Reyes le dice a Pau Gasol tras machacar a Francia en el último europeo con la confianza que da ser amigos de toda la vida: “eres una puta bestia”.

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