La temperatura de las palabras
José María Cumbreño

Hace unos meses reflexionaba aquí acerca de la cantidad de escritores de primer nivel que, por puro azar, vive en Cáceres. La lista, creo, resultaba sencillamente apabullante. Hoy he vuelto a acordarme de aquello por un motivo muy triste. La semana pasada falleció uno de esos artistas que residen en esta ciudad sin que apenas nadie sepa quién es en realidad su vecino. La semana pasada falleció Juan Rosco. A Juan lo conocí hace diecinueve años en el instituto de Alcántara. Era el primer año en que uno daba clase y recuerdo lo cariñoso y divertido que era aquel profesor de historia que proponía a sus alumnos de diversificación actividades que desde luego no eran las habituales. Porque Juan trataba de encender dentro de sus muchachos una cualidad de la que los planes de estudios acostumbran a olvidarse: la creatividad. Lo primero que aprende una persona creativa (se lo oí varias veces) es a ser desobediente. Según él, una persona creativa no acepta las normas: inventa otras. Creatividad y capacidad crítica: así tendrían que haberse denominado las asignaturas que enseñaba. Desde entonces, mi admiración por Juan Rosco nunca dejó de crecer. Poco a poco, fui descubriendo que aquel profesor que siempre tenía una sonrisa en la boca era uno de los grandes poetas visuales de este país. Y es que en sus manos cualquier objeto, por vulgar que fuese, recobraba vida o adquiría, de repente, una nueva. Por ejemplo, un blíster usado, ya sin pastillas, podía convertirse en un relato del dolor padecido; o un puñado de garbanzos y un rosario, en una descripción del espíritu nacional. Juan solía afirmar que, en sus poemas visuales, dos objetos que no habían estado antes juntos, al ponerlos uno al lado de otro, establecían una reacción química que los convertía en una realidad que no consistía en la suma de ambos, sino en una realidad distinta. Pero es que, además de ser un artista originalísimo, a Juan hay que atribuirle el descubrimiento de hallazgos arqueológicos de la categoría de la basílica de Santa Lucía del Trampal. Ahí es nada. Por todo esto (y muchas razones más), me parecería de pura justicia (sí, también poética) que el ayuntamiento se plantease dar el nombre de Juan Rosco a una de las calles de nuestra ciudad. Lo merece de sobra. Que la tierra te sea leve, amigo.

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4 COMENTARIOS

  1. Mi buen amigo Juan no se merece una calle, se merece por lo menos una avenida céntrica. He tenido la suerte de conocerle y ser su vecino. Cuántas tardes hemos estado hablando del grafeno, de la Ciencia, de los malos sistemas educativos actuales y de cómo cambiar este mundo tan consumista y superficial. Juan es una de esas personas que nunca debería irse de este mundo porque los que nos gobiernan deberían ser como él. Juan no era creyente en las religiones pero si creía en un estado en una nueva dimensión después de esta vida. Espero que ahora esté disfrutando conociendo la respuesta a los enigmas del Universo que tanto nos preguntábamos.
    Buen viaje Juan. Nos vemos pronto.

  2. Si.
    Cierto.
    Don Juan Rosco Madruga,merece en su pueblo,Montanchez,una calle,una placa,un jardin que le recuerde……..como un hombre bueno,integro y leal.
    Con todos.
    Seguramente,también ese homenaje,lo merezca en Cáceres, pero ante todo,en su pueblo.
    ¡Que tanto amó!

    • Mi buen amigo Juan no se merece una calle, se merece por lo menos una avenida céntrica. He tenido la suerte de conocerle y ser su vecino. Cuántas tardes hemos estado hablando del grafeno, de la Ciencia, de los malos sistemas educativos actuales y de cómo cambiar este mundo tan consumista y superficial. Juan es una de esas personas que nunca debería irse de este mundo porque los que nos gobiernan deberían ser como él. Juan no era creyente en las religiones pero si creía en un estado en una nueva dimensión después de esta vida. Espero que ahora esté disfrutando conociendo la respuesta a los enigmas del Universo que tanto nos preguntábamos.
      Buen viaje Juan. Nos vemos pronto.

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