Mi ojito derecho /
CLORINDA POWERS

Estaba yo tan tranquila rebuscando en un contenedor cuando, de repente, un niño me zarandea del brazo al grito de “¡Señora, que ya se ha acabado la crisis!”. Mira, no le di un bolsazo porque no quería echar a perder mi último par de huevos. Pero entonces me di cuenta de que, si aquel muchacho tenía razón, no podía perder el tiempo yendo de compras, debía salir a celebrarlo.

Así que me vestí con las cortinas más limpias que tenía y me metí debajo de las ruedas del camión de la basura. Desorientada por la felicidad, me desperté cruzando una frontera. Cerré los ojos deseando que ésta fuera la de algún país que también estuviera de fiesta. Por ejemplo, Ucrania. Al abrirlos, vi a un niño zarandearme del brazo al grito de «¡Señora, que ya tenemos democracia!». Bueno, no sé ucraniano, pero por su cara y por los agujeros de bala, imaginé que era eso lo que celebraba.

Y así es como me convertí en el ogro que se lleva de noche a los niños. Un trabajo muy desagradecido, pero necesario.

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