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Desde mi ventana /
Carmen Heras

Saben amigos? De vez en cuando Pisa nos dice cómo somos y no nos gusta. Es como una pequeña patada en la espinilla. Y duele.

Lo acaba de hacer y lo han contado los periódicos. La supremacía de la información es tal en nuestros días, que se enteran, por este orden, primero los medios y luego los afectados. Espíritu de transparencia lo llaman.

No está ni mal, ni bien. No es ese el problema central, sólo uno de los síntomas: la transferencia consciente o inconsciente hecha fuera del espacio donde realmente debe «jugarse».

La supremacía de la política es otra de las variables. Todo, en el subconsciente popular, se debe a un buen o mal ejercicio de aquella. Y a lo bestia. Con la mirada puesta en quienes, en un momento determinado, han sido elegidos representantes del pueblo. Es como si las casas, los aeropuertos o los puentes hubieran de hacerlos los diputados o los alcaldes con sus propias manos. Pues no, no saldría bien.

Algo parecido ocurre con la educación, en mayúsculas, que según quien te cuente, es realizada por el partido de turno, cuando hace o obstruye leyes educativas, o coloca «remiendos» a las mismas que en casi nada las beneficia. Los parlamentarios usados de fontaneros, intentando tapar las vías de agua por dónde se escapan millones y millones de litros de energía y entusiasmo.

¿No ven que no? ¿No ven que los acuerdos, las decisiones y las leyes deben estar conciliados mucho más desde la base? ¿No notan la desconexión entre lo que se dice y lo que se aplica? ¿No ven la falta de redes conductoras, entre las diferentes etapas, en la formación integral de unos escolares a los que les falta, demasiadas veces, la capacidad de relacionar mentalmente distintos conocimientos para construir uno solo y poder hablar con propiedad de sus estudios?

Y luego viene el esquema, un plan que dice exigir una cosa, pero que valora otra cuando se trata de apreciar los méritos. ¿Qué tiene que ver la eficiencia del enseñante como tal, si sus trabajos de investigación lo llevan por derroteros ajenos a la práctica educativa en las aulas, o fuera de ellas? ¿Qué tienen que ver una buenas formas y presentaciones, si el conocimiento que transmiten es escaso? ¿Qué significa poner notas si se eleva inmerecidamente la cota de las mismas, en pos de una tranquilidad de ánimo de un determinado departamento que no quiere líos en hipotéticas reclamaciones?

En campos tan importantes como la educación nadie debiera ir por libre y de pionero, porque ello apenas tiene repercusiones en el sistema. Yo opino que ha llegado la hora de que los profesionales hagan llegar sus razones ante la administración, los medios y los políticos. Al menos, para ser debatidas. Nadie conoce la realidad como ellos. Obviarlos no sólo es «ninguneo» absurdo hacia su capacidad, es además un desperdicio de tal magnitud que nadie sensato debiera permitirlo.

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