c.q.d.
Felipe Fernández

Me gusta Cáceres en septiembre. Me gusta porque las mañanas son frescas y el cielo tiene un azul tan intenso que deslumbra a primera vista. Me gusta porque las hojas se agarran a los árboles intentando prolongar su suerte y evitar lo inevitable. Me gusta Cáceres en septiembre porque las pieles rezuman salud, las calles se llenan de paseantes y todo el mundo sonríe para contarte sus vacaciones. Me gusta porque los bares, las terrazas y los restaurantes se llenan de gente que intenta alargar los días, como si el verano no estuviera tocando a su fin. Me gusta Cáceres en septiembre porque el sonido de los pájaros en los árboles, de las conversaciones en los grupos y de las risas entre los jóvenes sustituye al de la deseada lluvia que está por llegar. Me gusta porque es el mes de los regresos, de las citas con los amigos quedan para contar cosas, de los hermanos que se abrazan después de un tiempo sin verse, y de los colegas que se saludan aceptando el comienzo de un nuevo año laboral. Me gusta Cáceres en septiembre porque es una ciudad pequeña y coqueta en la que todo se magnifica y todo se dramatiza, en la que los manifestantes siempre son los mismos se trate del asunto que se trate y en la que, al final, siempre le sacamos el parentesco al que aparece en la foto del periódico. Me gusta porque se abren negocios todos los días y algunos locales, que parecían destinados al olvido, lo intentan una y otra vez sin resignarse a su sino. Me gusta Cáceres en septiembre porque los chicos se revuelven nerviosos mirando de reojo el día del comienzo de las clases y en sus caras se refleja la ansiedad de las preguntas básicas que les inquietan y que quieren resolver, como siempre, a toda velocidad. Me gusta porque, a pesar de lo que ocurra en otras partes de España y del mundo, no cambiamos nuestros hábitos y somos capaces de solucionar, ¡estaría bueno!, con gritos, gestos visibles y opiniones exageradas todos los problemas existentes y por existir. Me gusta Cáceres en septiembre porque las ausencias, tan sentidas en esta época, las cubrimos con recuerdos, imágenes y complicidades, preparándonos para un otoño melancólico que nos pondrá a prueba sin sutilezas ni alivios evidentes; y con mucha tecnología, tan denostada en ocasiones, pero tan útil en estos casos. Me gusta porque, además, es mi ciudad y conozco sus rincones, sus ruidos, sus colores, sus luces y sus sombras. Y porque septiembre, tan denostado, tan de paso, siempre acaba bien.

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