Tiempos posmodernos /
Víctor Gabriel Peguero

Lo que nuestro país está viviendo en los últimos días es la eclosión de un irresponsable experimento sociológico que, perpetrado por la élite, ha fracturado la convivencia en nuestro país.

El nacionalismo no es en sí mismo el problema. Sí, el nacionalismo ha generado rupturas políticas, terrorismo y guerra. Especialmente en nuestra casa, Europa. Pero el discurso nacionalista debería haber estado condenado a morir de “viejo” en un contexto de política y economía globales, en un contexto de grandes uniones y tratados políticos.

Sin embargo, estamos viviendo un episodio nacional complejo y violento. Complejo por el amplio espectro de actores que protagonizan el enfrentamiento, y violento por la indudable victoria de la propaganda.

La relación de violencia y propaganda, más allá de que esta última haya sido -especialmente en el siglo XX- uno de los principales pilares del origen y desarrollo de todo tipo de conflictos bélicos, se puede explicar indicando que “la propaganda es la violencia aplicada a la comunicación”.

No hablo de violencia física. Ni si quiera violencia verbal. Pero sí de una violencia poderosamente destructiva.

Porque cuando se reduce la palabra “democracia” a la mera -y por sí sola- casi insignificante acción de votar, cuando se reduce el concepto de “soberanía” a la arbitrariedad de una exigua mayoría parlamentaria y cuando a la legítima fuerza coercitiva propia de cualquier Estado de Derecho se la identifica con represión y persecución política, lo que sucede en realidad es que se secuestra aquello que nos hace posible llegar a puntos en común: la comunicación.

Cuando se secuestra el mensaje, la comunicación deja de ser vehículo para las ideas, sino que invade las cabezas vacías y golpea con violencia a todo aquél que trate de no acabar siendo sometido por ese nuevo lenguaje.

Por eso ahora ni Estado de Derecho, ni democracia, ni ley son herramientas útiles de cara al diálogo. Porque en manos de los golpistas, siempre significarán otra cosa.

España ha perdido la batalla del relato, por ello, cualquier reacción, por justa, legal y legítima que sea, seguirá interpretando el papel que decidan los secuestradores.

Y esa es la violencia de la propaganda, despojar al individuo de su libertad mediante el secuestro del mensaje para convertirlo en un mero altavoz al servicio de los secuestradores.

Destruyendo al individuo, destruida la sociedad.

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