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Historias de Plutón /
José A. Secas

Hay gente para todo y cada uno sirve para lo que sirve (o vale para lo que vale) aunque después te encuentres aprendices de todo y maestros de nada o, en menor escala, maestrillos con sus respectivos librillos a cuesta. Eso es estupendo porque en la variedad está el gusto y la vida sería muy aburrida si en vez de personas conviviéramos con clones pero no; cada persona tiene sus virtudes (y sus defectos), sus aficiones (y sus fobias), sus intereses (y desprecios) su sabiduría (y su ignorancia). Voy a darle un repaso (totalmente subjetivo) a los que saben de verdad, dicen saber o creen que saben (pero no). Empiezo con los sabios que son los que, además de tener conocimientos profundos, los saben compartir y gestionar. Los sabios son humildes y despiertan en mi -en todos- el interés del curioso y ávido de aprender. Los sabios atraen, son reconocidos, son apreciados y son escasos. Comunican con todo su ser: transmiten. El valor de lo que aprendes de ellos no solo está en el conocimiento preciso y en la información, sino también en el cómo lo hacen para llegar y calar tan hondo.

Los eruditos saben mucho, de verdad que si; pero destaca una diferencia, de entre varias, con respecto a los sabios: el ego. Los eruditos se jactan de sus conocimientos (o lo disimulan con una falsa modestia) que atesoran y dosifican según el interlocutor. Se encuentran a sus anchas entre los individuos similares a ellos; estudiosos de la misma o, mejor, de materias distintas pero con el mismo corte narcisista (más o menos disimulado). Los eruditos son entretenidos y comunican bien, cómo no; pero llegan a cansar cuando se rallan con su monotema, del que saben tanto que que apabulla. Los eruditos merecen y reciben reconocimiento, medallas y parabienes (incluidas calles y avenidas) pero no dejan discípulos y acólitos deslumbrados a su paso. Los eruditos son necesarios porque son apasionados y atesoran conocimiento. Los eruditos me gustan para un rato.

Y por último tenemos a los enteraos, los listillos, los sabelotodo y los sabihondos. Estos son graciosos en muy pequeñas dosis y entretenidos para un ratino no más. El que no peca de pedantería lo hace de impostura, el que no adolece de verborrea vacua lo hace de profunda ignorancia. Estos especímenes viven de la apariencia tratan de proyectar una sabiduría de la que carecen. Son lectores (y transmisores) de titulares y desconocen el meollo de la cuestión. Entre sus habilidades se encuentran la capacidad de vender humo o motos, embaucar y camelar o distraer con gracia y desparpajo. Son entretenidos en las fiestas de pie pero en la mesa son peligrosos si no son sometidos por individuos más inteligentes. Pertenecen, como yo, como tú y como él, al género humano, tienen su corazoncito y no merecen nuestro desprecio. A veces, escuchándolos y viéndolos actuar, se despiertan tus peores instintos pero, como decía al principio: hay gente “pa to”.

 

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