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Cánovers /
Conrado Gómez

Están por todas partes. En cada emisora, ya sea nacional, regional o local. Son los opinadores profesionales, o como les gusta llamarse, “opinólogos”, que tiene un caché mucho más ilustrado, oigan. Sí. Hay mucha gente capacitada para hablar de diferentes materias y aportar información relevante, pero sin embargo llaman a los mismos. Da igual que hablen de la imputación de la Infanta Cristina, de la tasa de las terrazas o de una nueva especie en extinción. Opinan de todo, disparan contra todo lo que se mueve sin pestañear. Uno se preocupa medianamente de la plantilla de colaboradores y se dedican profesionalmente a repartir gargajos verbales por platós y estudios de radio. En Extremadura tenemos siempre a los mismos, mercenarios que se prestan a defender cualquier postura; lo mismo pasa en las televisiones privadas o el ente público. Siguen una misma estructura. Defienden la hipótesis contraria al de su adversario de mesa, pero sin tampoco demasiada vehemencia porque pueden estar en el otro lado la semana que viene. Preguntan a los mismos, normalmente periodistas que se amparan en la naturaleza de la profesión para convertirse en los abanderados de cualquier tema. ¿No pueden remitirse exclusivamente a una materia de su conocimiento? No, eso sería muy ordinario. Aquí de lo que se trata es de estarse callado cuanto menos tiempo mejor, rellenar los huecos, aguantar la respiración y soltar toda la perorata. El mejor argumento es el que no se sostiene. Pero aquí es lo de menos. Lo importante es levantar la voz y arrojar opinión contra cualquier planteamiento medianamente sensato. Tenemos la manía de pensar que los periodistas saben de todo. Craso error. Pueden y deben documentarse, pero sobre ciertos asuntos es mejor mantener el silencio como garantía de dignidad. Es que uno solo tiene que enchufar la televisión o sintonizar la tertulia radiofónica de turno para arrancarse la piel a tiras. Claro, están de moda. Son tendencia en redes sociales. ¿Y? ¿Sabemos a qué nos estamos enfrentando? Un continuo bombardeo de sandeces hasta que acaban calando como la lluvia fina, como la gota que insiste en la nuca hasta que se abre paso.

Siempre he pensado que si no tienes nada interesante que aportar al debate es mejor mantenerse callado y escuchar. Sí, lo practicamos poco y es sumamente enriquecedor. Siendo un crío me enseñaron la diferencia entre oír y escuchar, de igual forma que aprendimos a distinguir entre mirar y ver. Son dos acciones que se suelen identificar, pero unas se ponen en marcha automáticamente y otras requieren un acto volitivo, esto es, de voluntad plena y manifiesta. Y de esto, queridos lectores, me temo que no andamos muy sobrados.

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