15

Pantalla /
Eduardo Villanueva

A nadie se le escapa que Hollywood sigue siendo racista. Y, teniendo en cuenta que Europa importa casi todo el material audiovisual de EE UU (incluida la morralla que desembarca en los cines españoles gracias al sistema de lotes), pues nos encontramos con unos parámetros penosos para la sociedad actual en este sentido.

Por supuesto que Hollywood también es machista y homófobo, por mucho que ahora las heroínas ocupen los carteles de cine (pero eso es otra historia).

La falta de diversidad racial en las películas que inundan nuestras salas es patente. Diversidad a secas, básicamente. Echa un vistazo a los carteles de esta semana en los cines de tu ciudad y a ver cuántas razas diferentes pueblan la cartelera. Los negros que salen en las películas tienen que ser populares para conseguir un papel, porque así lo decide la industria; plagada de blanquitos caucásicos.

En definitiva, poca representatividad, muchos estereotipos y muchas mujeres latinas con el ombligo al aire.

Uno de los últimos (y más sonados) ejemplos del racismo audiovisual lo encontramos en la película ‘Exodus’, de Ridley Scott, gran cineasta que decidió (él y sus superiores) contratar a actores blancos para encarnar personajes del antiguo Egipto.

Su reparto, al igual que el clásico de Cecil B. DeMille del año 1956 (‘Los Diez Mandamientos), utiliza actores de raza blanca para los papeles principales (maquillados para la ocasión; en algunos casos de pena). ¿Qué ha cambiado en casi 50 años? Cabría preguntarse.

Pero aun peor resulta el corta y pega que otras industrias pretenden realizar de la meca del cine (que vomita productos muy rentables, todo hay que decirlo).

Ahora que Mediaset (Telecinco y Cuatro) nos bombardea cada cierto tiempo con la emisión de la película de Bayona, ‘Lo Imposible’ (van a dejar la cinta más rayada que la de ‘Pretty Woman’), no viene de más resaltar el insultante racismo que exuda este pastiche lacrimógeno.

‘Lo imposible’ se vendió como una bonita historia de superación sobre el tsunami que en 2004 azotó la costa del sudeste asiático, pero en realidad es una ‘disaster movie’ sobre una familia (blanca, rica y rubia) que sobrevivió a la catástrofe.

Una película cuyo arranque, desde un punto de vista escénico, es potente, adrenalítico e intensamente cinematográfico, pero que luego se descubre como una cinta manipuladora, con exceso de almíbar y violines que nos dictan cuándo tenemos que ponernos tristes.

Una maniobra calculadísima, donde el desastre que afectó a la población asiática importa un carajo. Cine, en definitiva, etnocentrista, procesado para mentes adocenadas del ‘primer’ mundo.

Artículo anteriorSeguimos grabando
Artículo siguienteLos monstruos de nuestro armario

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí