Venezuela's presidential candidate Nicolas Maduro sings during a campaign rally in Caracas

Cánovers /
CONRADO GÓMEZ

Con semblante afligido comentaban el otro día dos señoras que lo que hay es una vergüenza, pero que ellas no pensaban votar al de la coleta porque quiere hacer de España Venezuela. Y proseguían diciendo que aunque este sistema a veces huela a podrido, al menos nos entendemos y nos vamos soportando. Esa señora hablaba como quien se deja vencer en una convivencia prolongada y anodina. Hablaba con la resignación de súbdito más que de ciudadano, cayendo en el temor infundido por amenazas interesadas. En esta señora ya no caben argumentos ni campañas electorales. Se ha dejado engullir por el miedo.

Todos estamos de acuerdo en que España debe cambiar. Los casos de corrupción afloran cada semana mientras nuestros gobernantes miran para otro lado escenificando en el parlamento discusiones pactadas bajo acuerdos de no agresión. Cierran contratos de mínimos para que la corrupción sea el menor de sus problemas. Desempolvan las viejas medidas de siempre, farragosas e imposibles de aplicar, para ganar tiempo de olvido y desmemoria ciudadana. Los procesos judiciales se enmarañan en expedientes interminables sin fecha de entrega mientras que los que vulneran la ley con alevosía se burlan de un sistema grotesco. Políticos metidos a banqueros con tarjetas sin limitación de saldo, parlamentarios independentistas que chupan la sangre del Estado, senadores en permanente estatus vacacional a costa de nuestros bolsillos, ministras con el coeficiente de un saltamontes gestionando crisis sanitarias imputadas por jueces… Desde fuera, si jugásemos al trivial de las penas, apostaríamos a que este descalabrado de la ética solo puede darse en un país subdesarrollado. A nosotros no, que vamos al G20 a dar ejemplo de convivencia sólida e hinchar pecho para atraer inversión.

Pablo Iglesias seguramente se desinfle, pero dejémosle explicarnos la España que él propone

Pero a esa señora que teme que pueda venir algo peor todo esto no le importa. Es el precio que cree que hay que saldar con el sistema a cambio de una relativa tranquilidad. Ella cree que los de arriba disfrutan de sus privilegios porque debe ser así, porque sencillamente se lo merecen. No entiende por qué trabajando veinte veces menos ganan veinte veces más. Un sistema de privilegios que está asentado en la profunda injusticia de considerar que hay ciudadanos de primera y segunda.

Pablo Iglesias seguramente se desinfle, pero dejémosle explicarnos la España que él propone, antes de que los medios del régimen contaminen su mensaje con disparates y embustes. Lo que conocemos ha funcionado medianamente bien hasta ahora, pero nos debemos la oportunidad de saber si nos damos nuevas reglas que fomenten valores humanos y no de mercados. Que el cambio venga del mismo Podemos, del PP o del PSOE no es tan significativo como que entendamos que no se puede reconstruir este país desde la base de la confrontación, sino del diálogo.

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