Con ánimo de discrepar /
Víctor Casco

Entre nuestra clase política, salvo excepciones, cuyas aptitudes para la oratoria o la formulación de ideas son, seamos generosos en el adjetivo a emplear, limitadas, se ha convertido en un lugar común responder que “respetan las sentencias” cada vez que un incauto les pregunta por su opinión sobre las decisiones de un tribunal.

Yo tengo que aceptar la sentencia del caso Nóos pero en modo alguno la respeto. Para que unos jueces se ganen mi respeto, es decir, mi consideración de que algo es digno y debe ser tolerado y alabado, su trabajo debe haber sido ejemplar y la formulación de la justicia debe haber buscado reparar el daño causado, no infringir uno mayor al delincuente e irreversible (no concibo y no concebiré jamás la justicia como venganza) y servir de ejemplo ético ante posibles imitaciones del delito. Ninguna de esas circunstancias aparecen en el auto del caso Nóos. Quienes durante años han robado a espuertas y saqueado las instituciones públicas, reciben una condena bastante laxa pese a que no han devuelto el dinero y, en espera de la confirmación del auto (o posible rebaja – todavía más – de las penas por el tribunal superior), van a gozar de unos privilegios en materia de libertad provisional negados sistemáticamente a otros.

La justicia en este país no es igual para todos. Hay personas cumpliendo tres años y medio en prisión por robar una bicicleta y estafadores libres con millones de euros en los bolsillos. El dinero te paga abogados, recursos y quien sabe si hasta jueces. El apellido, si es ilustre, te augura conmiseración y clemencia. Tras el caso Nóos, o cuando vemos cómo el PP purga a los fiscales que persiguen sus corruptelas o nombra a jueces en el Supremo de su cuerda, se llega a la conclusión de que, si hay que robar, lo hagamos a lo grande.

Particularmente me resulta despreciable un auto, el de libertad provisional de Iñaki Urdangarín sin fianza y con pasaporte, donde leo que las jueces justifican el privilegio otorgado al cuñado del rey por sus “particulares circunstancias, sobradamente conocidas” lo que, dicen las juezas, “nos eximen de su pormenorizado análisis”. ¿Cómo que las “particulares circunstancias” del ex duque de Palma les evita tener que explicar las razones de un auto tan vilmente cortesano? Hay que exigir a estas juezas que razonen y argumenten porqué se otorga tantos privilegios a un ladrón de alta alcurnia.

No, amigos lectores. Hay sentencias que no respeto en absoluto.

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