Con ánimo de discrepar
Víctor Casco

Ha saltado a las redes un artículo de un presunto abogado en las páginas de una revista de tercera de la patronal de un pueblo -¡lo que puede llegar a ponerse de moda en twitter llega a lo esperpéntico!- donde el susodicho daba rienda suelta a su homofobia. Para este primate (con perdón de los monos), nosotros, los maricones, estamos al mismo nivel que los incestuosos. El señor lo lleva todo en el paquete: machista, de derechas, tradicional, catolicón… en fin, el epítome de la más abyecta imbecilidad.

Sucede que hoy en día todo el mundo se considera alentado para escribir e incluso merecer ser publicado. ¡Si hasta me dejan a mí una columna en este sufrido semanario!

No obstante, entre el cúmulo de frases mal construidas que constituyen su artículo – sin duda, perpetrado y con el agravante de la alevosía – me quedo con su última opinión: se admiten los homosexuales, no los maricones.

Hay gente que puede aceptar como mal menor que dos hombres se amen, siempre que no lo aparenten. Que sean discretos, que no se señalen. Nos admiten mientras nos movamos en los estrechos márgenes de la masculinidad, tal y como ésta es ensalzada en su manada. Nos quieren como heterosexuales. Personas que somos igual que cualquier otro heterosexual, salvo que por las noches follamos con otro hombre. Esto, claro, en la medida de lo posible, es mejor no decirlo.

El Orgullo, que celebraremos al final de este mes, tiene como objeto principal combatir esa homofobia de baja intensidad. No nos queremos escondidos. Nuestra mariconería es un grito de batalla cuyo objetivo es poner en cuestión todos sus valores, toda su podredumbre y especialmente su hipocresía.

El ejemplo más paradigmático es el del cupletista republicano y marica de solera Miguel de Molina quien, siendo imprecado por unos falangistas en un teatro de Madrid, entre ellos el fallecido suegro de Ruiz Gallardón, al grito de “mariquita, mariquita”, mandó parar a la orquesta y con un gesto inequívoco de la mano les espetó: “mariquita no. ¡Maricón! que suena a bóveda”. Pues eso.

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