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Historias de Plutón
José A. Secas

Como sé que esta colaboración quincenal la lee mi madre, siempre pienso que lo que he de escribir tiene que tener un tono que no la ofenda ni tan siquiera la moleste. Podrá o no estar de acuerdo con lo que digo pero en el “cómo lo digo” no caben medias tintas. Estoy seguro de que eso también es fruto de la educación. Madre y padre dejaron -dejan- su impronta en mí y mis hermanos como hicieron y harán todos los padres en sus hijos. Esos valores transmitidos, esos ejemplos dados, esas lecciones de vida se perpetúan de generación en generación mediante la combinación, sintonía y alineación de dos formas de entender la vida, dos educaciones heredadas; la acción de dos padres, en definitiva.

Mi madre, a sus ochenta y cuatro años, nos está dando una lección más de vida. Parece no ser suficiente el amor incondicional que nos demuestra a sus hijos constantemente; con su forma de ser y su modo de comportarse, sigue mostrándonos cómo ella ve la vida y asa actitud, para los que la queremos, también incondicionalmente, es todo un modelo a repetir y un referente en nuestra educación en general y, por consiguiente, en nuestra personalidad.

En un alarde de cordura, generosidad, sentido común, valentía y profundo amor, ha decidido, ahora que se aún es válida y consciente, irse a vivir los últimos años de su vida a una residencia de ancianos. No solo la decisión en sí tiene valor por todo lo dicho anteriormente. Es algo que ya lo venía diciendo, en total sintonía con mi padre, desde hace muchos años. Aún habiendo perdido a su compañero de toda la vida -padre, te quiero y te echo de menos- mantiene en solitario esa postura y así hará realidad sus planes. Marchará ella sola para, como decía, ser dueña de su destino y, de paso, dejarnos una enseñanza doble: el hecho en sí mismo y la elección de la residencia.

Isabel, mi madre, hace planes para irse a una residencia rural y no precisamente de un pueblo cercano. La elección ha sido consciente, premeditada y muy minuciosamente ponderada. Ha visto varios establecimientos de este tipo y se ha informado de primera mano de sus servicios, cualidades, calidades y precios y, al final, ha optado por una situada en un pueblo cacereño a casi una hora de la capital donde ha vivido toda la vida. Sus razones son poderosas, cabales y bien argumentadas. Eso supone para mi (y creo que para mis hermanos también) una valiosa lección. Así lo entiendo y así se lo agradezco. ¡Qué suerte tengo, jopé! Gracias, madre. Espero seguir disfrutando mucho tiempo más de tu amor y tu sabiduría. Te quiero mucho, siempre y bien.

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